lunes, 9 de enero de 2017

MÚSICA Y POLÍTICA


EDUARDO CASANOVA

Me había hecho el propósito de no tratar el tema que hoy trato, pero leí un artículo de Fernando Mires, muy bien escrito y documentado, como todos los que de él he leído, pero extrañamente muy mal orientado, cosa que no es frecuente en él. Quizá sea porque es un tema que en realidad no domina, pero el hecho es que, como he notado que ocurre con casi todos los que hablan o escriben del asunto, Mires se equivoca radicalmente al creer que las críticas a Gustavo Dudamel se basan en su ideología o en su entrega al desgobierno de Chávez y Maduro. Parte de mi reluctancia a tratar el tema se basa en que tengo parte de la responsabilidad de lo que ocurre con Dudamel y con el llamado Sistema, que abarca las orquestas infantiles y juveniles de Venezuela. 
Conocí a José Antonio Abreu en 1958, cuando ambos éramos estudiantes en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), que funcionaba entonces en la cuadra comprendida entre las esquinas de Mijares y Jesuitas, en pleno centro de Caracas. Nos acercó la música, que en mí era una pasión y en él un oficio. 
Años después (1974), cuando yo actuaba como Director Civil y Político de la Gobernación de Caracas, oficina que manejaba todo lo relativo a la cultura en la capital de Venezuela, se me acercó Luis Morales Bance, hermano menor de un condiscípulo y buen amigo de mi infancia y adolescencia, José Enrique Morales Bance, a proponerme una idea que me pareció interesante: la creación de una Orquesta de Cámara de Caracas. Con él estaban José Antonio Abreu, Frank Di Polo y otros jóvenes músicos. Diego Arria, que era Gobernador y por lo tanto mi superior jerárquico, se opuso con decisión al proyecto y lo estranguló antes de nacer. 
Pero yo seguí en contacto con el grupo de músicos, y apoyé con entusiasmo el proyecto que entonces nació de crear una Orquesta Juvenil o Infantil. En Dinamarca, una de mis secretarias locales cuando fui primer secretario de la embajada de Venezuela y jefe de la sección consular (principios de 1968 a finales de 1970) era violinista de la orquesta juvenil, de modo que pude ver su funcionamiento de cerca, y como buen melómano, ex alumno de Antonio Lauro y de Emil Friedman, era algo que me interesaba mucho. Logré “bypassear” la negativa de Diego, y basado en que yo administraba fondos del Centro Simón Bolívar destinados a la cultura, le entregué a Abreu 100.000 (cien mil) bolívares de la época, que hoy serían unos 60.000.000 (sesenta millones) de bolívares fuertes por lo menos, y con “Pepino” Delfino, que era Director de Transporte de la Gobernación, le conseguí dos buenos autobuses para el traslado de estudiantes de las escuelas de música de Barquisimeto y Maracay de esas ciudades hacia Caracas y de regreso a ellas. Y así nació el proyecto que después se convertiría en el Sistema
No podía imaginar que Abreu, con un tesón y una habilidad admirables, lograría que miles de millones de bolívares se destinaran a hacer crecer ese proyecto hasta volverlo monstruoso, y mucho menos que en el Sistema imperarían serios elementos de corrupción que en nada lo honran. Abreu, a veces humillándose y a base de adulación, consiguió que varios despachos y gobernaciones le dieran cantidades impresionantes de dinero, que en muchos casos no fueron usados correctamente y sirvieron para darle la razón a Manuel Vicente Romero García en aquello de que “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”. 
Uno de los peores errores de Carlos Andrés Pérez fue nombrar ministro de cultura y presidente del CONAC a Abreu, que con la misma decisión que había empleado para construir su Sistema se dedicó a destruir todo lo que le hiciera sombra o competencia, con lo que Venezuela perdió muchísimo en materia musical. Entre otras destruyó a Solistas de Venezuela, agrupación en la que con Olaf Ilzins y Luis Morales Bance fui Director por casi treinta años. Lamentablemente, el segundo gobierno de Caldera no tuvo ni el tiempo ni el poder para neutralizar la obra destructiva de Abreu, y luego el país cayó en manos de Chávez, que más bien la reforzó. Abreu se dedicó a adular servilmente a Chávez y a sus adláteres y así consolidó su poder omnímodo. Y una de las demostraciones de ese poder fue la imposición del joven Gustavo Dudamel como director hasta de fama mundial. 
Dudamel no es mal director, pero está muy lejos de ser un director excelso como muchos creen que es. Y ese es el verdadero núcleo del problema. El mayor mérito de Dudamel consiste en mezclar salsa y ritmos latinos con música académica, lo que es una forma demagógica y populista de ganar adeptos. Alguna vez vi y oí una versión del Don Giovanni de Mozart en la televisión (en Film & Arts), sin saber quién dirigía la orquesta, y me pareció tan mala, tan sombría, tan antimozartiana, que lo comenté en voz alta. Y cuando las cámaras enfocaron al director me di cuenta de que era Dudamel. Era evidente que no había captado la esencia de la obra y la destrozaba sin piedad. Es algo que he conversado con verdaderos músicos en Venezuela, en USA, en Alemania, y todos coinciden en lo que afirmo: no es un mal director, sino uno de buen nivel, pero muy lejos de lo que Abreu ha sembrado como opinión bien aceitada con petrodólares. Es lógico que personas de buena fe pero de poca escuela se dejen engañar. Y es lógico que personas con buena fe y buena escuela no se dejen engañar. Pero a estos últimos se les hace peligroso decir lo que piensan, porque se estrellan contra un muro de reputaciones consagradas por nulidades engreídas. 
Lo que no es lógico es que la no aceptación de Dudamel se base en lo político. La política no tiene nada que ver con el talento. Wagner, Furtwängler y Karajan fueron deleznables en materia política, pero grandes en lo musical. Céline, Sartre y Neruda fueron muy censurables en lo político pero de altísimo nivel en lo literario. Abreu y Dudamel tienen derecho a ser chavistas y enchufados, allá ellos y sus conciencias pero eso no hace que sean peores músicos. Lo que sí hay que tener en cuenta es que Dudamel no tiene el nivel que Abreu, los chavistas y muchos inocentes sostienen que tiene. Igual el Sistema, que yo en mala hora ayudé a crear: no tiene el nivel que casi todo el mundo cree que tiene. Como dijo una vez Ibsen Martínez, los muchachos desafinan. Ha generado un mundo de corrupción que no justifica lo que se ha invertido en él. De él por lo general no salen buenos músicos, sino músicos mediocres. Cuando pase la pesadilla debe revisarse a fondo, no pensando en lo político, sino en lo musical y en lo social. Porque no era una mala idea, sino que cayó en malas manos.


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