martes, 25 de marzo de 2014

HABLA RÉGIS DEBRAY: DE DIOS ME INTERESA EL HOMBRE

Revolucionario durante los años 60 y 70, el filósofo Régis Debray desvela, en esta entrevista concedida a Elisabeth Lévy, de Le Nouvelle Observateur, su curiosidad por el Dios de los católicos

Al estudiar, en El fuego sagrado, la historia y la geografía de la pertenencia religiosa, usted muestra cómo ésta última es simultáneamente el más eficaz coagulante de las sociedades humanas. ¿Cómo es que usted, militante revolucionario que creció alimentado por el materialismo, ha llegado a darse cuenta de la importancia de Dios en la vida de los hombres?
Si me remonto a los orígenes, no puedo decir que una conmoción espiritual me haya conducido a la cuestión religiosa. Fue por un extrañamiento, amargo además; en Bolivia, en 1967, chocamos con la resistencia o la indiferencia de los indios ante el proyecto revolucionario. Yo era internacionalista convencido; estimaba que la Revolución es una patria y la Justicia un lugar donde ubicarse; y descubrí que había Otro y otros -en este caso los indios-, que no entendían nada de lo que les decíamos. Este descubrir memorias distintas, identidades diferentes e irreductibles, me condujo a interrogarme sobre el porqué de las diferencias entre grupos humanos. Las creencias son lo que subsiste y lo que resiste. Mi descubrimiento de lo religioso coincidió con mi sorpresa ante la diversidad de las culturas humanas. Pasó por la antropología más que por la teología. Finalmente, fue la atención a la realidad lo que me llevó a descubrir el inconsciente religioso, no en la mística, sino en la práctica.

Por consiguiente, lo religioso es para usted en primer lugar una realidad antropológica de gran profundidad. Pero su historia personal es la de un joven francés educado, si no en la fe, al menos en ese entorno, ¿no?
Católico sociológico, abandoné la fe cristiana y la práctica a los quince años, pasando directamente del mesianismo revelado a un mesianismo científico; un itinerario de lo más banal. Entre 1967 y 1971, tuve la gran suerte de pasar casi cuatro años en la cárcel, lo cual representa hoy en día la última y única oportunidad de pensar, leer, interrogarse... Como los carceleros, algo pánfilos, me prohibían las lecturas políticas, me volví hacia los libros de Historia, antigua y moderna, hacia Dostoïewski y Cervantes. Desde el punto de vista moral, siempre me ha llamado la atención el misterio que constituye la existencia de personas en una sociedad materializada, para las que no son determinantes el dinero, la vanidad o el poder. No me refiero únicamente a los monjes, a los que viven en clausura o a los ermitaños; sino también al cura de la parroquia más próxima, que no gana nada con ello. En una sociedad que ya no cree en el más allá, hay personas que se consagran a él y que, por eso mismo, se consagran al prójimo. Por eso no he tenido nunca reflejos anticlericales, ni siquiera durante mis años revolucionarios. Yo consideraba al cura como el hermano gemelo del militante, especialmente en Iberoamérica, donde los católicos constituyen el trasfondo básico del socialismo. Eso da que pensar a cualquiera que no le conceda la última palabra al supermercado y a la cuenta bancaria. Tal desconcertante virtud de abnegación, la he encontrado en el sacerdote, en el militante y en el artista; tres categorías que suscitan mi respeto. Cuando se plantea uno la cuestión de las mediaciones materiales de la cultura, se descubre el misterio de la Encarnación y se encuentran en la teología cristiana claves intelectuales que permiten comprender la actualidad y analizar, incluso siendo profanos, realidades complejas como la comunicación, las instituciones, la pertenencia. Sencillamente, no se puede tirar el inmenso capital teológico acumulado a la basura de las ideas desfasadas. Si admitimos que una sociedad funciona gracias a las creencias, por consiguiente, gracias al creer y al hacer creer, llegamos a lo religioso.
Estudiar la cuestión religiosa es dotarse de medios para dar con la clave del enigma. Hay que preguntarse cómo las religiones, oficiales o no, han conseguido crear cierto orgullo colectivo e hilos conductores capaces de desafiar los siglos.

¿No encontró en usted ninguna resistencia al introducirse en ese terreno minado?
Quizás sentí temor del qué dirán, o, más bien, de que pudiera crearse cierto malentendido: en cuanto un laico se interesa por la religión, en seguida le consideran a uno como un iluminado o un confusionista. Lo cual no quita que muchos hombres serios del siglo XIX, uno de los siglos más racionalistas de la Historia, se interesaron por el fenómeno religioso: Renan, Victor Hugo... Y no se puede decir que fueran ratas de sacristía.

En el fondo, usted no cree en Dios, sino en lo religioso, en su fuerza y en su belleza.
Tampoco admito que se reduzca lo religioso a la superstición, al obscurantismo y a la guerra. Eso no es más que la mitad del programa. Lo religioso es algo que impulsa a los hombres a vivir, amar y entregarse. Cada día estoy más convencido de que la única manera de estudiar al hombre, con todas sus contradicciones, es estudiarlo desde el prisma de su historia religiosa, de su proyección en lo sobrenatural. Si el hombre es un animal más interesante que los demás es porque tiene ilusiones, un pasado, un futuro.

La izquierda es su familia política e intelectual. Sin embargo, en su patrimonio genético encontramos, en el mejor de los casos, una gran incomprensión, y en el peor, una franca hostilidad respecto a la religión. ¿Cómo se apaña usted con ello?
Para empezar, diré que siempre ha habido una izquierda cristiana. Hubo incluso una revolución cristiana en 1848. Libertad, Igualdad, Fraternidad: los tres términos se encuentran en el Telémaco, de Fenelon. Toda la utopía socialista de aquella época es una utopía cristiana. La laicidad nació anticlerical por necesidad. Pero los inventores de la laicidad no fueron en absoluto antireligiosos. Jules Ferry quería integrar los deberes hacia Dios en el programa de la escuela laica. La tendencia comecuras no es representativa de la laicidad en sus orígenes.
Agnóstico, quiso que su hijo fuera bautizado, como dando a entender que no se transmite la vida sin transmitir al mismo tiempo una pertenencia.
No se puede respetar la pertenencia de los demás si no se asume la propia, al menos a título conservador. He querido que fuera bautizado mi hijo, como lo había sido mi hija. Luego, ellos decidirán si quieren ser realmente cristianos. Me gusta la idea de conversión. No elegimos a nuestra madre, pero elegimos nuestra fe.

No le veo excesivamente preocupado por la evolución del Islam que, en el mundo entero, Francia incluída, ha reencontrado su fuerza de cohesión después del fracaso de los nacionalismos árabes. ¿Le parece equivocada la tesis del peligro islámico?
Lo que está claro es que, en el mundo entero, tendremos que enfrentarnos con una formidable insurrección identitaria, cosa que se le escapa por completo a George W. Bush. Se dará cuenta de que no se puede imponer la ley americana como ley mundial sin pagar un precio por ello. Los americanos no son los únicos con derecho a tener una antropología. Los demás también la tienen.
No se permite usted ninguna incursión en el ámbito de la espiritualidad, pero tampoco esconde la admiración y quizás la secreta envidia que le inspiran los grandes espirituales como los monjes...
Me fascina la capacidad de algunos de nuestros contemporáneos para vivir en ruptura con los ídolos actuales: el dinero, el erotismo y el individuo-rey. Frente a ellos, me siento como el hombre discapacitado que mira al campeón del mundo de los cien metros. Porque a esos grandes deportistas de Dios yo los veo, personalmente, como atletas de lo humano. Llevan al extremo la capacidad que tiene el hombre de sobrepasarse infinitamente.
Traducción:

jueves, 20 de marzo de 2014

¿CÓMO ORAR POR VENEZUELA?

Con gran respeto por quienes no comparten la fe cristiana, pero también con una inmensa confianza en que Dios nos ama y nos habla a través de las Escrituras, publicamos este pasaje del Nuevo Testamento en que Pablo le hace a su discípulo y hermano Timoteo unas recomendaciones acerca de la oración. Creo que nos pueden ayudar si las meditamos con profundidad:




1 Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres,

2 por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.

3 Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador,

4 porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

5 Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también,

6 que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Este es el testimonio que él dio a su debido tiempo,

7 y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera fe. Digo la verdad, y no miento.

8 Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.





(1 Tim 1:1-8)

miércoles, 12 de marzo de 2014

EL FENÓMENO "FRANCISCO"

                                JOSÉ MARÍA POIRIER


El “fenómeno Francisco” ciertamente ha modificado la percepción de la Iglesia católica que tienen muchos de sus fieles y otros que no lo son. Y, después de un año de su elección, la fuerte relación de simpatía y de filiación de muchas personas con el Papa tiene a mantenerse; mientras que a veces se advierte en algunos sacerdotes y obispos cierto desconcierto. ¿Qué Iglesia propone Francisco con sus palabras, sus gestos y sus decisiones? ¿Cuáles son los cambios que se exigen? ¿Cuál el horizonte hacia donde se encamina?
Acaso la exhortación apostólica Evangelii gaudium –comentada en su momento en CRITERIO– sea la hoja de ruta más explícita, no obstante las incógnitas que sin embargo pueda albergar. Además, hay que señalar algunos hitos de esta primera etapa de su gobierno: el continuo diálogo con las multitudes que asisten a la plaza San Pedro los miércoles para las audiencias y los domingos para el rezo del angelus; el viaje a la isla de Lampedusa primero para solidarizarse con los inmigrantes que arriesgan su vida y luego a Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud; la encíclica Lumen fidei que marcó un anhelo de continuidad con su predecesor, Benedicto XVI; el texto para la Jornada Mundial por la Paz (“La fraternidad, fundamento y camino para la paz”) y el mensaje a los jóvenes en preparación de la jornada a celebrarse en Cracovia en 2016 (atento a las bienaventuranzas evangélicas: los pobres de espíritu, los puros de corazón, los misericordiosos). A su ya proverbial austeridad, que tanto gusta en general y que le confiere gran credibilidad a sus palabras, no hay que olvidar las decisiones de gobierno dentro de la Iglesia, su pasión por el ecumenismo y el diálogo interreligioso y con los agnósticos, la presencia de la Iglesia en la política internacional (intervención por Siria).
Al momento de escribir estás líneas, se lleva a cabo la reunión con los ocho cardenales de la comisión que lo asesora para analizar los cambios en la curia romana y lo referido al banco vaticano, y se prepara el consistorio donde creará 19 nuevos cardenales, entre ellos el secretario de Estado, el italiano Pietro Parolin, el prefecto de la Congregación de la Doctrina, el alemán Gerhard Müller, y el arzobispo de Buenos Aires, Mario Aurelio Poli. Se trata de nombramientos que privilegian la acción pastoral en diferentes países del mundo y que dejan de lado las antiguas preferencias italianas y, de alguna manera, le restan peso a los prelados más conservadores. Por otra parte, pronto se concretará su peregrinaje a Tierra Santa.
Ciertamente, para entender las líneas directrices de esta papado hay que recurrir al documento de Aparecida de 2007 (y a su concepto de “discípulos misioneros”), del que Bergoglio fuera presidente de la comisión redactora. Al respecto, el rector de la UCA y actual arzobispo, Víctor M. Fernández, que fuera su mano derecha en la redacción, refiere: “En la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Jorge Bergoglio aportó a la Iglesia su lucidez y su espíritu eclesial. Viajó esperanzado y preocupado. Muchos le decían que esa Conferencia podía resucitar el entusiasmo y la esperanza, pero sobre todo el sueño de una Iglesia latinoamericana con una identidad propia y un proyecto histórico marcado por la belleza del Evangelio y el amor a los pobres. Algunos decían que en la anterior Conferencia (Santo Domingo) la injerencia de la Curia vaticana había sido excesiva, y que el “fervor latinoamericano” había quedado extinguido. El martes 15 de mayo los obispos eligieron a Bergoglio presidente de la Comisión de redacción del documento final. Estaba claro que él no había hecho ninguna campaña. Simplemente, muchos se sintieron cautivados por su lenguaje llano y sugerente, que transmitía esperanza, seguridad y ganas de trabajar hacia adelante. Al día siguiente, durante la misa que presidió, invitó a evitar una Iglesia autosuficiente y autorreferencial, y soñó con una Iglesia capaz de llegar a todas las periferias humanas. Desde el comienzo Bergoglio alentó una amplia y libre participación. No quería que se impusiera algún texto como base, sino que todos se expresaran espontáneamente, esperando que poco a poco comenzaran a surgir los consensos”.
Pero quizá haya que estar atentos más a lo que hace Francisco que a lo que dice, no porque lo que diga cuenta menos sino porque lo que hace (la toma de decisiones) conoce menos publicidad pero marca los cambios. Como buen hombre de mando, él no anuncia sus medidas, sino que las ejecuta. En efecto, muchos nombramientos o alejamientos de cargos han llegado a oídos de los interesados recién cuando él acababa de tomarlas. Con Francisco la Iglesia parece haber dejado de estar a la defensiva y salir al ruedo. Hay en su perfil un fusionarse de estilos: en algo recuerda a Juan Pablo II, en algo a Juan XXIII, en algo a la Madre Teresa de Calcuta; toma como referente a Pablo VI y no pierde ocasión de manifestar su respeto y agradecimiento a Benedicto XVI. Se muestra siempre muy cercano a la gente, dueño de un lenguaje claro y breve, con ejemplos que tienden a imitar los de las parábolas. Como bien observan muchos de los que lo han tratado, su mirada es intensa y concentrada; cuando saludo a una persona él está todo allí, casi fuera del tiempo y ajeno a otros intereses. Tiene la peculiaridad de comprender y medir a sus interlocutores. Transmite una energía y una seguridad que no dejan de sorprender.
Como todos, Francisco es también hijo de su tierra y de su tiempo, de sus experiencias y de su formación. Pero todo eso que es casi familiar para los argentinos (desde su lenguaje hasta sus actitudes) se presenta para personas de otros países y culturas de manera diferente: las impresiona su espontaneidad, su libertad, su manera de estar por encima del protocolo y las convenciones, y siempre cerca de los que sufren. Muchos advierten un trato de cordialidad y afecto poco común, que llega a emocionarlos.
Sin embargo, cabe una pregunta: ¿ganará protagonismo el Pueblo de Dios en este nuevo pontificado? La popularidad de Francisco pareciera tentada a restaurar la imagen de una Iglesia centrada en la figura pontificia. Hasta un concepto evangélico tan clave como el de la misericordia, si no se fuera hasta sus últimas consecuencias en lo pastoral y doctrinario podría desembocar en un nuevo paternalismo. Sólo una reforma estructural que devuelva autoridad a los obispos, autonomía a las Iglesias locales, libertad a los teólogos, espacio para las búsquedas pastorales y respeto por las experiencias de los fieles permitirá ingresar en una etapa en la que el estilo monárquico de gobierno quede definitivamente superado. Y Francisco se muestra dispuesto a impulsar este proceso.

 (Reproducido de la Revista Criterio. 2401. Marzo 2014)