miércoles, 12 de marzo de 2014

EL FENÓMENO "FRANCISCO"

                                JOSÉ MARÍA POIRIER


El “fenómeno Francisco” ciertamente ha modificado la percepción de la Iglesia católica que tienen muchos de sus fieles y otros que no lo son. Y, después de un año de su elección, la fuerte relación de simpatía y de filiación de muchas personas con el Papa tiene a mantenerse; mientras que a veces se advierte en algunos sacerdotes y obispos cierto desconcierto. ¿Qué Iglesia propone Francisco con sus palabras, sus gestos y sus decisiones? ¿Cuáles son los cambios que se exigen? ¿Cuál el horizonte hacia donde se encamina?
Acaso la exhortación apostólica Evangelii gaudium –comentada en su momento en CRITERIO– sea la hoja de ruta más explícita, no obstante las incógnitas que sin embargo pueda albergar. Además, hay que señalar algunos hitos de esta primera etapa de su gobierno: el continuo diálogo con las multitudes que asisten a la plaza San Pedro los miércoles para las audiencias y los domingos para el rezo del angelus; el viaje a la isla de Lampedusa primero para solidarizarse con los inmigrantes que arriesgan su vida y luego a Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud; la encíclica Lumen fidei que marcó un anhelo de continuidad con su predecesor, Benedicto XVI; el texto para la Jornada Mundial por la Paz (“La fraternidad, fundamento y camino para la paz”) y el mensaje a los jóvenes en preparación de la jornada a celebrarse en Cracovia en 2016 (atento a las bienaventuranzas evangélicas: los pobres de espíritu, los puros de corazón, los misericordiosos). A su ya proverbial austeridad, que tanto gusta en general y que le confiere gran credibilidad a sus palabras, no hay que olvidar las decisiones de gobierno dentro de la Iglesia, su pasión por el ecumenismo y el diálogo interreligioso y con los agnósticos, la presencia de la Iglesia en la política internacional (intervención por Siria).
Al momento de escribir estás líneas, se lleva a cabo la reunión con los ocho cardenales de la comisión que lo asesora para analizar los cambios en la curia romana y lo referido al banco vaticano, y se prepara el consistorio donde creará 19 nuevos cardenales, entre ellos el secretario de Estado, el italiano Pietro Parolin, el prefecto de la Congregación de la Doctrina, el alemán Gerhard Müller, y el arzobispo de Buenos Aires, Mario Aurelio Poli. Se trata de nombramientos que privilegian la acción pastoral en diferentes países del mundo y que dejan de lado las antiguas preferencias italianas y, de alguna manera, le restan peso a los prelados más conservadores. Por otra parte, pronto se concretará su peregrinaje a Tierra Santa.
Ciertamente, para entender las líneas directrices de esta papado hay que recurrir al documento de Aparecida de 2007 (y a su concepto de “discípulos misioneros”), del que Bergoglio fuera presidente de la comisión redactora. Al respecto, el rector de la UCA y actual arzobispo, Víctor M. Fernández, que fuera su mano derecha en la redacción, refiere: “En la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Jorge Bergoglio aportó a la Iglesia su lucidez y su espíritu eclesial. Viajó esperanzado y preocupado. Muchos le decían que esa Conferencia podía resucitar el entusiasmo y la esperanza, pero sobre todo el sueño de una Iglesia latinoamericana con una identidad propia y un proyecto histórico marcado por la belleza del Evangelio y el amor a los pobres. Algunos decían que en la anterior Conferencia (Santo Domingo) la injerencia de la Curia vaticana había sido excesiva, y que el “fervor latinoamericano” había quedado extinguido. El martes 15 de mayo los obispos eligieron a Bergoglio presidente de la Comisión de redacción del documento final. Estaba claro que él no había hecho ninguna campaña. Simplemente, muchos se sintieron cautivados por su lenguaje llano y sugerente, que transmitía esperanza, seguridad y ganas de trabajar hacia adelante. Al día siguiente, durante la misa que presidió, invitó a evitar una Iglesia autosuficiente y autorreferencial, y soñó con una Iglesia capaz de llegar a todas las periferias humanas. Desde el comienzo Bergoglio alentó una amplia y libre participación. No quería que se impusiera algún texto como base, sino que todos se expresaran espontáneamente, esperando que poco a poco comenzaran a surgir los consensos”.
Pero quizá haya que estar atentos más a lo que hace Francisco que a lo que dice, no porque lo que diga cuenta menos sino porque lo que hace (la toma de decisiones) conoce menos publicidad pero marca los cambios. Como buen hombre de mando, él no anuncia sus medidas, sino que las ejecuta. En efecto, muchos nombramientos o alejamientos de cargos han llegado a oídos de los interesados recién cuando él acababa de tomarlas. Con Francisco la Iglesia parece haber dejado de estar a la defensiva y salir al ruedo. Hay en su perfil un fusionarse de estilos: en algo recuerda a Juan Pablo II, en algo a Juan XXIII, en algo a la Madre Teresa de Calcuta; toma como referente a Pablo VI y no pierde ocasión de manifestar su respeto y agradecimiento a Benedicto XVI. Se muestra siempre muy cercano a la gente, dueño de un lenguaje claro y breve, con ejemplos que tienden a imitar los de las parábolas. Como bien observan muchos de los que lo han tratado, su mirada es intensa y concentrada; cuando saludo a una persona él está todo allí, casi fuera del tiempo y ajeno a otros intereses. Tiene la peculiaridad de comprender y medir a sus interlocutores. Transmite una energía y una seguridad que no dejan de sorprender.
Como todos, Francisco es también hijo de su tierra y de su tiempo, de sus experiencias y de su formación. Pero todo eso que es casi familiar para los argentinos (desde su lenguaje hasta sus actitudes) se presenta para personas de otros países y culturas de manera diferente: las impresiona su espontaneidad, su libertad, su manera de estar por encima del protocolo y las convenciones, y siempre cerca de los que sufren. Muchos advierten un trato de cordialidad y afecto poco común, que llega a emocionarlos.
Sin embargo, cabe una pregunta: ¿ganará protagonismo el Pueblo de Dios en este nuevo pontificado? La popularidad de Francisco pareciera tentada a restaurar la imagen de una Iglesia centrada en la figura pontificia. Hasta un concepto evangélico tan clave como el de la misericordia, si no se fuera hasta sus últimas consecuencias en lo pastoral y doctrinario podría desembocar en un nuevo paternalismo. Sólo una reforma estructural que devuelva autoridad a los obispos, autonomía a las Iglesias locales, libertad a los teólogos, espacio para las búsquedas pastorales y respeto por las experiencias de los fieles permitirá ingresar en una etapa en la que el estilo monárquico de gobierno quede definitivamente superado. Y Francisco se muestra dispuesto a impulsar este proceso.

 (Reproducido de la Revista Criterio. 2401. Marzo 2014)

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