Revolucionario durante los años 60 y 70, el filósofo Régis Debray desvela, en esta entrevista concedida a Elisabeth Lévy, de Le Nouvelle Observateur, su curiosidad por el Dios de los católicos | |
Al                                             estudiar, en El fuego sagrado, la                                             historia y la geografía de                                             la pertenencia religiosa, usted muestra                                             cómo ésta última                                             es simultáneamente el más                                             eficaz coagulante de las sociedades                                             humanas. ¿Cómo es que                                             usted, militante revolucionario que                                             creció alimentado por el materialismo,                                             ha llegado a darse cuenta de la importancia                                             de Dios en la vida de los hombres? 
Si me remonto a los orígenes, no puedo decir que una conmoción espiritual me haya conducido a la cuestión religiosa. Fue por un extrañamiento, amargo además; en Bolivia, en 1967, chocamos con la resistencia o la indiferencia de los indios ante el proyecto revolucionario. Yo era internacionalista convencido; estimaba que la Revolución es una patria y la Justicia un lugar donde ubicarse; y descubrí que había Otro y otros -en este caso los indios-, que no entendían nada de lo que les decíamos. Este descubrir memorias distintas, identidades diferentes e irreductibles, me condujo a interrogarme sobre el porqué de las diferencias entre grupos humanos. Las creencias son lo que subsiste y lo que resiste. Mi descubrimiento de lo religioso coincidió con mi sorpresa ante la diversidad de las culturas humanas. Pasó por la antropología más que por la teología. Finalmente, fue la atención a la realidad lo que me llevó a descubrir el inconsciente religioso, no en la mística, sino en la práctica. Por consiguiente, lo religioso es para usted en primer lugar una realidad antropológica de gran profundidad. Pero su historia personal es la de un joven francés educado, si no en la fe, al menos en ese entorno, ¿no? Católico sociológico, abandoné la fe cristiana y la práctica a los quince años, pasando directamente del mesianismo revelado a un mesianismo científico; un itinerario de lo más banal. Entre 1967 y 1971, tuve la gran suerte de pasar casi cuatro años en la cárcel, lo cual representa hoy en día la última y única oportunidad de pensar, leer, interrogarse... Como los carceleros, algo pánfilos, me prohibían las lecturas políticas, me volví hacia los libros de Historia, antigua y moderna, hacia Dostoïewski y Cervantes. Desde el punto de vista moral, siempre me ha llamado la atención el misterio que constituye la existencia de personas en una sociedad materializada, para las que no son determinantes el dinero, la vanidad o el poder. No me refiero únicamente a los monjes, a los que viven en clausura o a los ermitaños; sino también al cura de la parroquia más próxima, que no gana nada con ello. En una sociedad que ya no cree en el más allá, hay personas que se consagran a él y que, por eso mismo, se consagran al prójimo. Por eso no he tenido nunca reflejos anticlericales, ni siquiera durante mis años revolucionarios. Yo consideraba al cura como el hermano gemelo del militante, especialmente en Iberoamérica, donde los católicos constituyen el trasfondo básico del socialismo. Eso da que pensar a cualquiera que no le conceda la última palabra al supermercado y a la cuenta bancaria. Tal desconcertante virtud de abnegación, la he encontrado en el sacerdote, en el militante y en el artista; tres categorías que suscitan mi respeto. Cuando se plantea uno la cuestión de las mediaciones materiales de la cultura, se descubre el misterio de la Encarnación y se encuentran en la teología cristiana claves intelectuales que permiten comprender la actualidad y analizar, incluso siendo profanos, realidades complejas como la comunicación, las instituciones, la pertenencia. Sencillamente, no se puede tirar el inmenso capital teológico acumulado a la basura de las ideas desfasadas. Si admitimos que una sociedad funciona gracias a las creencias, por consiguiente, gracias al creer y al hacer creer, llegamos a lo religioso.  | |
Estudiar                                                   la cuestión religiosa                                                   es dotarse de medios para dar                                                   con la clave del enigma. Hay                                                   que preguntarse cómo                                                   las religiones, oficiales o                                                   no, han conseguido crear cierto                                                   orgullo colectivo e hilos conductores                                                   capaces de desafiar los siglos. 
¿No encontró en usted ninguna resistencia al introducirse en ese terreno minado? Quizás sentí temor del qué dirán, o, más bien, de que pudiera crearse cierto malentendido: en cuanto un laico se interesa por la religión, en seguida le consideran a uno como un iluminado o un confusionista. Lo cual no quita que muchos hombres serios del siglo XIX, uno de los siglos más racionalistas de la Historia, se interesaron por el fenómeno religioso: Renan, Victor Hugo... Y no se puede decir que fueran ratas de sacristía.  | |
En el fondo, usted no cree en Dios, sino en lo religioso, en su fuerza y en su belleza. Tampoco admito que se reduzca lo religioso a la superstición, al obscurantismo y a la guerra. Eso no es más que la mitad del programa. Lo religioso es algo que impulsa a los hombres a vivir, amar y entregarse. Cada día estoy más convencido de que la única manera de estudiar al hombre, con todas sus contradicciones, es estudiarlo desde el prisma de su historia religiosa, de su proyección en lo sobrenatural. Si el hombre es un animal más interesante que los demás es porque tiene ilusiones, un pasado, un futuro. La izquierda es su familia política e intelectual. Sin embargo, en su patrimonio genético encontramos, en el mejor de los casos, una gran incomprensión, y en el peor, una franca hostilidad respecto a la religión. ¿Cómo se apaña usted con ello? Para empezar, diré que siempre ha habido una izquierda cristiana. Hubo incluso una revolución cristiana en 1848. Libertad, Igualdad, Fraternidad: los tres términos se encuentran en el Telémaco, de Fenelon. Toda la utopía socialista de aquella época es una utopía cristiana. La laicidad nació anticlerical por necesidad. Pero los inventores de la laicidad no fueron en absoluto antireligiosos. Jules Ferry quería integrar los deberes hacia Dios en el programa de la escuela laica. La tendencia comecuras no es representativa de la laicidad en sus orígenes.  | |
Agnóstico,                                                   quiso que su hijo fuera bautizado,                                                   como dando a entender que no                                                   se transmite la vida sin transmitir                                                   al mismo tiempo una pertenencia. 
No se puede respetar la pertenencia de los demás si no se asume la propia, al menos a título conservador. He querido que fuera bautizado mi hijo, como lo había sido mi hija. Luego, ellos decidirán si quieren ser realmente cristianos. Me gusta la idea de conversión. No elegimos a nuestra madre, pero elegimos nuestra fe. No le veo excesivamente preocupado por la evolución del Islam que, en el mundo entero, Francia incluída, ha reencontrado su fuerza de cohesión después del fracaso de los nacionalismos árabes. ¿Le parece equivocada la tesis del peligro islámico? Lo que está claro es que, en el mundo entero, tendremos que enfrentarnos con una formidable insurrección identitaria, cosa que se le escapa por completo a George W. Bush. Se dará cuenta de que no se puede imponer la ley americana como ley mundial sin pagar un precio por ello. Los americanos no son los únicos con derecho a tener una antropología. Los demás también la tienen.  | |
No                                           se permite usted ninguna incursión                                           en el ámbito de la espiritualidad,                                           pero tampoco esconde la admiración                                           y quizás la secreta envidia que                                           le inspiran los grandes espirituales                                           como los monjes... 
Me fascina la capacidad de algunos de nuestros contemporáneos para vivir en ruptura con los ídolos actuales: el dinero, el erotismo y el individuo-rey. Frente a ellos, me siento como el hombre discapacitado que mira al campeón del mundo de los cien metros. Porque a esos grandes deportistas de Dios yo los veo, personalmente, como atletas de lo humano. Llevan al extremo la capacidad que tiene el hombre de sobrepasarse infinitamente. 
Traducción: 
 | |
Reflexiones contemporáneas. Signos de los tiempos.Temas relacionados con la fe y la espiritualidad cristiana. Iglesia y sociedad.
martes, 25 de marzo de 2014
HABLA RÉGIS DEBRAY: DE DIOS ME INTERESA EL HOMBRE
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario