Del Nicán Mopohua, relato del escritor indígena del siglo dieciséis don Antonio Valeriano («Nicán Mopohua», 12ª edición, Buena Prensa, México, D. F., 1971, pp. 3-19. 21) LA VOZ DE LA TÓRTOLA SE HA ESCUCHADO EN NUESTRA TIERRA
Un sábado de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, un indio de nombre Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en que residía a Tlatelolco, a tomar parte en el culto divino y a escuchar los mandatos de Dios. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía, y escuchó que le llamaban de arriba del cerrillo:
«Juanito, Juan Dieguito.»
ÉI subió a la cumbre y vio a una señora de sobrehumana grandeza, cuyo vestido era radiante como el sol, la cual, con palabra muy blanda y cortés, le dijo:
«Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Ve al Obispo de México a manifestarle lo que mucho deseo. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo.»
Cuando llegó Juan Diego a presencia del Obispo don fray Juan de Zumárraga, religioso de san Francisco, éste pareció no darle crédito y le respondió:
«Otra vez vendrás y te oiré más despacio.»
Juan Diego volvió a la cumbre del cerrillo, donde la Señora del Cielo le estaba esperando, y le dijo:
«Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de los principales que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy sólo un hombrecillo.»
Ella le respondió:
«Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, soy quien te envío.»
Pero al día siguiente, domingo, el Obispo tampoco le dio crédito y le dijo que era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Y le despidió.
El lunes, Juan Diego ya no volvió. Su tío Juan Bernardino se puso muy grave y, por la noche, le rogó que fuera a Tlatelolco muy de madrugada a llamar un sacerdote que fuera a confesarle.
Salió Juan Diego el martes, pero dio vuelta al cerrillo y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no lo detuviera la Señora del Cielo. Mas ella le salió al encuentro a un lado del cerro y le dijo:
«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo? No te aflija la enfermedad de tu tío. Está seguro de que ya sanó. Sube ahora, hijo mío, a la cumbre del cerrillo, donde hallarás diferentes flores; córtalas y tráelas a mi presencia.»
Cuando Juan Diego llegó a la cumbre, se asombró muchísimo de que hubiesen brotado tantas exquisitas rosas de Castilla, porque a la sazón encrudecía el hielo, y las llevó en los pliegues de su tilma a la Señora del Cielo. Ella le dijo:
«Hijo mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al Obispo para que vea en ella mí voluntad. Tú eres mi embajador muy digno de confianza.»
Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del Obispo, le dijo: «Señor, hice lo que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió a tu recado y lo cumplió. Me despachó a la cumbre del cerrillo a que fuese a cortar varias rosas de Castilla, y me dijo que te las trajera y que a ti en persona te las diera. Y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí: recíbelas.»
Desenvolvió luego su blanca manta, y, así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac.
La ciudad entera se conmovió, y venía a ver y a admirar su devota imagen y a hacerle oración, y, siguiendo el mandato que la misma Señora del Cielo diera a Juan Bernardino cuando le devolvió la salud, se le nombró, como bien había de nombrarse: «la siempre Virgen santa María de Guadalupe.»
Haced esto en conmemoración mía. Dos cosas hay destacar en estas palabras. La primera es el mandato de celebrar este sacramento, mandato expresado en las palabras: Haced esto. La segunda es que se trata del memorial de la muerte que sufrió el Señor por nosotros.
Dice, pues: Haced esto. No podríamos imaginarnos un mandato más provechoso, más dulce, más saludable, más amable, más parecido a la vida eterna. Esto es lo que vamos a demostrar punto por punto.
Lo más provechoso en nuestra vida es lo que nos sirve para el perdón de los pecados y la plenitud de
la gracia. Él, el Padre de los espíritus, nos instruye en lo que es provechoso para recibir su santificación. Su santificación consiste en su sacrificio, esto es, en su ofrecimiento sacramental, cuando se ofrece al Padre por nosotros y se ofrece a nosotros para nuestro provecho. Por ellos me consagro yo. Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.
Es también lo más dulce que podemos hacer. ¿Qué puede haber más dulce que aquello en que Dios nos muestra toda su dulzura? A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería.
Es lo más saludable que se nos podía mandar. Este sacramento es el fruto del árbol de la vida, y el que lo come con la devoción de una fe sincera no gustará jamás la muerte. Es árbol de vida para los que la cogen, son dichosos los que la retienen. El que me come vivirá por mí. Es lo más amable que se nos podía mandar. Este sacramento, en efecto, es causa de amor y de unión. La máxima prueba de amor es darse uno mismo como alimento. Los hombres de mi campamento dijeron: «¡Ojalá nos dejen saciarnos de su carne!»; que es como si dijera: «Tanto los amo yo a ellos y ellos a mí, que yo deseo estar en sus entrañas y ellos desean comerme, para, incorporados a mí, convertirse en miembros de mi cuerpo. Era imposible un modo de unión más íntimo y verdadero entre ellos y yo».
Y es lo más parecido a la vida eterna que se nos podía mandar. La vida eterna viene a ser una continuación de este sacramento, en cuanto que Dios penetra con su dulzura en los que gozan de la vida bienaventurada.
Del comentario de San Alberto Magno, obispo, sobre el evangelio de san Lucas
Organizado por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile
SANTIAGO DE CHILE, martes 4 diciembre 2012 (ZENIT.org).- La Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica (UC) de Chile organizó el XVI Encuentro de Diálogo Interreligioso, en el que un representante de la fe musulmana, otro de la fe judía y otro de la fe cristiana-católica intentaron dar respuesta a la pregunta ¿Qué es la fe? El encuentro estuvo marcado por el interés de los más de 150 asistentes quienes al finalizar las ponencias, realizaron sus preguntas dando paso a un fecundo diálogo entre ellos y quienes representaron estas tres religiones monoteístas.
El Salón de Honor de la UC fue sede del XVI Encuentro de Diálogo Interreligioso organizado por la Facultad de Teología. En esta oportunidad quienes estuvieron a cargo de responder la pregunta ¿Qué es la fe?, desde sus propios credos fueron el sheij Féisal Mórhell, doctor en teología islámica; Alejando Bloch, rabino de la comunidad Bnei Israel y del Seminario Rabínico Latinoamericano; y Eduardo Silva SJ, doctor en teología católica y decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Alberto Hurtado de Chile. Claudia Leal, profesora y teóloga, fue quien moderó las intervenciones y guió el momento de las preguntas del público.
La actividad comenzó con la intervención del sheij Féisal Mórhell quien presentó los pilares del Islam, entre los que se encuentran la creencia, la ley y la moral. Sobre la fe, explicó que no está separada de la razón:“No existe una fe ciega, siempre tiene que ser basada en un argumento, razonar la existencia de Dios”.Luego dijo que para el Islam la fe tiene cuatro bases: la paciencia, la certeza, la justicia y el esfuerzo.
Luego, fue el turno del rabino Alejando Bloch:“La fe no es un camino, sino un acto de abrir camino. Es el pasaje que el alma debe cavar incesantemente entre montañas de insensibilidad. No es un don ni un tesoro que podemos encontrar al azar”,comentó y continuó:“Así como no podemos pensar en el mundo sin la premisa de que existe el mundo, no podemos pensar en Dios sin la premisa de la realidad de Dios (…)La existencia de Dios no es real porque sea concebible, es concebible porque es real”.
Eduardo Silva SJ repasó algunos aspectos sobre cómo obtenemos la fe, proponiendo que esta no es innata, si no que alguien nos la presenta. Y en base a esa presentación es como nosotros la tomamos.“La fe si no es libre, no es fe”,detalló Silva. Al igual que el sheij Féisal Mórhell, reflexionó sobre la supuesta dicotomía entre fe y razón: “La fe no se contradice con la razón. La fe tiene que ser sensata para dialogar con el mundo”,cerró.
Al finalizar las exposiciones, los asistentes tuvieron la oportunidad de conversar con los invitados mediante la formulación de preguntas escritas que Claudia Leal moderó, momento en el que los tres expositores concluyeron que la humildad es la mejor herramienta para el diálogo interreligioso.
Es con profunda cordialidad que al menos a grandes líneas quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas deLa Repubblica, se ha querido dirigir a mi el 7 de julio con una serie de reflexiones personales, que luego ha enriquecido en las páginas del mismo diario el 7 de agosto. Le agradezco, en primer lugar, por la atención con la que leyó la encíclica Lumen Fidei. La cual en la intención de mi amado predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y escribió gran parte, y la que con gratitud, heredé, se dirige no solo a confirmar en la fe en Jesucristo a aquellos que en aquella ya se reconocen, sino también para despertar un diálogo sincero y riguroso con los que, como Usted, se define "un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret".
Por lo tanto, creo que es muy positivo, no solo para nosotros individualmente, sino también para la sociedad en la que vivimos, detenernos para dialogar de algo tan importante como es la fe, que se refiere a la predicación y a la figura de Jesús. Creo que hay, en particular, dos circunstancias que hacen que este diálogo sea hoy sea un deber y algo valioso.
Como se sabe, uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II, querido por el papa Juan XXIII y por el ministerio de los papas, es la sensibilidad y contribución que cada uno desde entonces hasta ahora ha dado según el patrón establecido por el Concilio. La primera de las circunstancias --como se recuerda en las páginas iniciales de la Encíclica-- deriva del hecho que a lo largo de los siglos de la modernidad , se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro.
La segunda circunstancia, para quien busca ser fiele al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una
Eugenio Scalfaro
expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testitimoniada por la fe es aquella del amor –subraya-- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» ( n. 34 ). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.
La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia. Pero al mismo tiempo es un encuentro que fue posible gracias a la comunidad de fe en la que viví y gracias a la cual encontré el acceso a la sabiduría de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua brota de Jesús a través de los sacramentos, de la fraternidad con todos y del servicio a los pobres, imagen verdadera del Señor.
Sin la Iglesia –créame--, no habría sido capaz de encontrar a Jesús , mismo siendo consciente de que el inmenso don que es la fe se conserva en las frágiles odres de barro de nuestra humanidad. Y es aquí precisamente, a partir de esta experiencia personal de fe vivida en la Iglesia, que me siento cómodo al escuchar sus preguntas y en buscar, junto con Usted, el camino a través del cual podamos, quizás, comenzar a hacer una parte del camino juntos.
Perdóneme si no sigo paso a paso los argumentos propuestos por usted en el editorial del 7 de julio. A mí me parece más fructífero --o por lo menos es más agradable para mí-- ir de una determinada manera al corazón de sus consideraciones. No entro ni siquiera en el modo de exposición seguida por la Encíclica, en la que Usted advierte la falta de una sección dedicada específicamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
Observo únicamente, para empezar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata de hecho, siguiendo después la lógica que guía el desarrollo de la encíclica, de centrar la atención sobre el significado de lo que Jesús dijo e hizo, y así, en última instancia, de lo que Jesús fue y es para nosotros. Las cartas de Pablo y el evangelio de Juan, a los que se hace especial referencia en la Encíclica, se construyen, de hecho, en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret, que llegan a su auge resolutivo en la pascua de muerte y resurrección. Así es que, es necesario confrontarse con Jesús, diría yo, en la realidad y la rudeza de su historia, así como se nos relata sobre todo en el Evangelio más antiguo, el de Marcos.
Observamos entonces que el «escándalo» que la palabra y la práctica de Jesús causan alrededor de él, derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, esta, atestiguada desde el Evangelio de Marcos, pero que no es fácil reportar bien en italiano. La palabra griega es «exousia», que literalmente se refiere a lo que «viene del ser», de lo que es. No se trata de algo externo o forzado, sino de algo que emana de su interior y que se impone por sí mismo. Jesús realmente golpea, confunde, innova --como él mismo dice-- a partir de su relación con Dios, llamado familiarmenteAbbà, lo que le da a esta «autoridad» para que él la emplee a favor de los hombres.
Así, Jesús predica «como quien tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a seguirle, perdona... cosas todas que en el Antiguo Testamento, son de Dios y solo de Dios. La pregunta que más retorna en el Evangelio de Marcos es: «¿Quién es este que ...?» , y que tiene que ver con la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente a la del mundo, una autoridad que no tiene la intención de ejercer el poder sobre los demás, sino para servir , para darles la libertad y la plenitud de la vida. Y esto al punto de jugarse la propia vida, hasta experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo; hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono sobre la cruz.
Pero Jesús se mantuvo fiel a Dios hasta el final. Y es precisamente entonces --como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de Marcos--, cuando Jesús se muestra, paradójicamente, ¡como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, cada hombre, se descubra y viva también él como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está certificado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para demostrar el triunfo sobre aquellos que lo han rechazado, sino para dar fe de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado , y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.
La fe cristiana cree que esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari , cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad alAbbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. Esta es la fe, con todas las expresiones que se describen puntualmente en la Encíclica.
Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran en trono a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que esAbbày, de este modo, en la la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.
En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que , en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también --y no es poca cosa--, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.
La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para los que viven la fe cristiana, eso no significa escapar del mundo o de la investigación de cualquier hegemonía , pero al servicio de la humanidad, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia y suscitando el sentido de la esperanza que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.
Usted me pregunta también, al término de su primer artículo, qué debemos decirle a nuestros hermanos judíos sobre la promesa hecha a ellos por Dios: ¿acaso quedó en el vacío? Es esta –créame-- una pregunta que nos desafía radicalmente, como cristianos, ya que con la ayuda de Dios, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de laShoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado.
Llego así a las tres preguntas que me pone en el artículo del 7 de agosto. Me parece que, en los dos primeros, lo que le su corazón quiere es entender la actitud de la Iglesia hacia los que no comparten la fe de Jesús.
En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que --y es la clave-- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.
En segundo lugar, Ud. me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trate de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aquello que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo un uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y constructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión.
En la última pregunta me interroga si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar en Dios. Es verdad, la grandeza del hombre está en ser capaz de pensar en Dios. Y por lo tanto, en el poder vivir una relación consciente y responsable con Él.
Pero la relación es entre dos realidades. Dios --este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡y cuántos, ayer y hoy lo comparten!--, no es una idea, aunque sea un alto fruto del resultado del pensamiento del hombre. Dios es una realidad con la «R» mayúscula. Jesús lo revela --y tiene una relación viva con Él--, como un Padre de infinita bondad y misericordia. Dios no depende, por lo tanto, de nuestra forma de pensar. Y de otro lado, mismo cuanto terminará la vida del hombre sobre la tierra – y para la fe cristiana de todos modos, este mundo así como lo conocemos está destinado a tener un fin-- el hombre no acabará de existir, y en una manera que nosotros no sabemos, tampoco el universo que fue creado con él. La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo, que está más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe tendemos con deseo y espera, Dios será «todo en todos».
Estimado doctor Scalfari, concluyo así mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido decirme y preguntarme. Acójalas como una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino juntos. La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús: Él que fue enviado por elAbbà«para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).
Con fraternal cercanía,
Francesco
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Entrevista a disidente camboyana sobreviviente al genocidio de los Khmer Rojos
Por Luca Marcolivio
RIMINI, 26 de agosto de 2013 (Zenit.org)
- Claire Ly es una camboyana que del budismo se convirtió al catolicismo,
después de haberse salvado del genocido de los Khmer Rouge, durante la
dictatura de Pol Pot, (1975-1979), en la que fue exterminada un cuarto de la
población camboyana. Ly, entonces una joven profesora de filosofía, vio morir a
muchos de sus familiares más cercanos.
Su pensamiento fue: “Por qué justamente me sucede todo esto a
mi”. Pero el dolor por la ofensa recibida produjo una profunda transformación
personal que la llevó a abrazar el cristianismo, la única religión que
realmente podría dar un sentido a las tragedias más inhumanas: el amor como
única respuesta posible al sufrimiento.
El testimonio de la
disidente camboyana fue presentado alMeeting de Rimini para la Amistad
de los Pueblos, que concluyó el sábado 24 y al margen de la misma,
Clare Ly le narró a ZENIT algunos particulares dramáticos y al mismo tiempo
luminosos, de la propia historia personal.
En la tragedia del
genocidio en Camboya, ¿cuál fue para usted el momento más dramático? --Claire
Ly: Cuando perdí todo, fui llevada a las plantaciones de arroz, perdí todos los
puntos de referencia, perdí a mis amigos y mi vida tomó otro sentido. Cuando se
pierden los puntos de referencia no sabemos más quienes somos: la pérdida de
identidad es la cosa más difícil.
¿Cuáles fueron las etapas de su acercamiento al cristianismo
desde el budismo? --Claire
Ly: En mi primera etapa comenzé a insultar cotidianamente al Dios de los
occidentales considerando que occidente sustancialmente era el responsable de
mi tragedia, hasta un día en el cual en las plantaciones de arroz, bajó un
silencio que por primera vez me hizo percibir que mi dolor y era también el de
los otros.
La segunda etapa se cumplió en 1980 cuando estaba allá en Francia como refugiada
política: comencé a leer el Evangelio y descubrí que Jesucristo era un
mendicante como yo esto medio mucho ánimo.
La tercera etapa y definitiva fue descubrir la eucaristía. Fije la mirada sobre
la hostia y sentí la llamada de Dios, de rodillas, delante de mi debilidad de
mujer. En este momento dije sí, quiero ser discípula de Jesús. Y 1983 fue el
año de mi bautismo.
Usted declaró que fue conquistada por el cristianismo y por la
idea de un Dios que se rebaja y sufre con nosotros. ¿Comparte este punto de
vista aún hoy? --Claire
Ly: No he sido yo a elegir el cristianismo es Jesús quien me ha llamado. La
única cosa que he hecho es responder a la llamada Jesucristo. El punto más
fuerte de nuestra religión es este Dios que vino a encontrarnos. Nuestra fe
cristiana está fundada en la Encarnación, en Dios que se hizo hombre: es esto
lo específico de la religión cristiana aunque tanto cristianos se hayan
olvidado de esto.
¿Logró perdonar a quien le hizo tanto mal? --Claire
Ly: Cuesta mucho perdonar a los Khmer Rojos. Partiré desde un hecho vivido con
mi hija: fuimos al lugar donde mis hermanos, mi padre y mi marido habían sido
asesinados. Mi hija no conoció a su padre porque estaba en cinta de dos meses
cuando sucedió la tragedia. Fuimos acompañados a este lugar por amigos
budistas que recitaron enseñanza de Buda, diciendo que los hechos malos serán
castigados, pero al mismo tiempo es necesario que los hechos sucedan.
Mi hija y yo hemos recitado el Padre Nuestro: “Padre perdónanos como hemos
perdonado a quien nos ha ofendido”. En aquel momento nos hemos pedido si
habíamos perdonado a los Khmer Rouge: nuestra respuesta fue, no.
¿Cómo hemos podido decir no, siendo discípulos de Jesucristo y visto que el
perdón es el corazón de la vida cristiana? entonces le dije a mi hija que
teníamos que mirar a Jesús en la cruz, Él no dijo: “Yo los perdono” pero “Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Mi hija y yo entonces le hemos dicho al Padre: “Padre, aquí estamos, somos
mujeres débiles, nos sentimos incapaces de perdonar los Khmer Rojos, pero los
ponemos en tus manos”. Ofrecemos por lo tanto nuestras debilidades y a nuestros
verdugos en las manos del Padre.
Usted abrazó la fe católica en Europa, entretanto aquí se está
perdiendo la identidad cristiana.
Claire Ly: No creo
que Francia esté abandonando la fe cristiana. Lo que no hay más en Francia es
la religión sociológica, según la cual yo voy a la Iglesia porque todos van.
Los franceses están viviendo una fe como adhesión a Jesucristo: este hecho nos
hace salir de la religión sociológica, yendo hacia una religión de masa. Cristo
nos llamó a ser la sal de la tierra, los cristianos son la sal y tienen que
levantar el gusto de la sociedad.
La Iglesia en Francia está llamada a ser el sal de la sociedad, es
necesario que ella acepte la idea de que no debe gobernar, porque el nuestro es
un Dios que acompaña, como hace Jesús en la vía de Emmaus. Un poco lo que ha
hecho Benedicto XVI con el 'Patio de los Gentiles'.
"Más allá de las cosas", de Carlo Carreto, fue el primer libro de espiritualidad contemporánea que cayó en mis manos. Mejor dicho, que colocó en mis manos el padre Francisco Solinas Leoni en los inicios de mi caminar por las sendas de la fe. Luego vinieron sus "Cartas del desierto", prologadas en la publicación de Ediciones Paulinas por el mismo P. Solinas, "Lo que importa es amar", "Yo, Francisco", "Padre, me pongo en tus manos", "El desierto en la ciudad"...en fin, que Carreto se convirtió en amigo mío. Pasados 25 años de su muerte, quiero rendirle homenaje reproduciendo (no creo que se disgusten) esta breve biografía publicada por la Asociación Familia Carlos de Foucauld de España en su boletín 172. Véase: http://www.carlosdefoucauld.es/Boletin/172/Iesus-Caritas-172-biografia.htm
Carlo nació en Alejandría en el seno de una familia campesina el 2 de abril de 1910. En su juventud fue militante de la Acción Católica[1]. Profesionalmente ejerció de profesor. En 1940 fue nombrado director de Instituto, siendo cesado de su cargo a causa de su oposición al régimen fascista.
En 1946 es nombrado presidente de la GIAC (Juventud Italiana de Acción Católica). En 1953 renunció a su cargo por divergencias con los sectores católicos que estaban planeando una alianza con la derecha italiana. En este período de reflexión laboriosa y dolorosa fue cuando tomó la decisión de entrar a formar parte de la Fraternidad de los Hermanitos de Jesús, de la familia Carlos de Foucauld.
El 8 de diciembre de 1954, marchó a hacer su noviciado en El Abiodh Sidi Cheikh en Argelia, en donde, permaneció durante diez años, compartiendo su vida en fraternidad en el Sahara, en la zona de Tamanrasset. Este periodo fue una experiencia profunda de vida interior y de oración, en el silencio y en el trabajo, que marcaría toda su vida y sus actividades posteriores. En el año 1964, ingresó en los Hermanos del Evangelio, recién fundados, regresando a Italia. En 1965 se estableció en Spello (Perugia), en un monasterio abandonado donde, poco antes, había comenzado la vida comunitaria una nueva fraternidad de los Hermanos del Evangelio. Pronto, su prestigio, comenzó a atraer a personas al lugar, creyentes o no, para encontrarse interiormente. Desde entonces la comunidad se convirtió en un lugar de acogida, oración y reflexión.
Después de varios años de enfermedad, en la noche del 4 de octubre de 1988, en la fiesta de san Francisco de Asís[2], del que había escrito una biografía apasionada unos años antes, Carlo se encontró con el abrazo de Dios Padre.
«Detrás de la profecía proclamada de la Palabra de Dios, lo que aparece a mis ojos, es todo un choque, una especie de contradicción continua, a menudo una negación. Diría incluso que lo que aparece sea querido por Alguien o por algo para negar la profecía. Proclama la profecía a Abraham: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas (…) Así será tu descendencia” (Gen 15,5)[3]. La realidad visible contesta: “¿Cómo es posible esto? Tiene cien años y el seno de tu mujer Sara es estéril y se encuentra consumido por el tiempo”.
Jesús pronuncia sobre el pan y el vino: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. La razón del que escucha contesta: ¿Cómo es posible esto? “Es duro este lenguaje”. (Jn 6, 60)[4]. De ahí que cuando uno profetiza a partir del cosmos y a partir de las contradicciones lo que aparece a la vista es que “Dios es Padre”; todo responde: “¡Bueno! ¿Cómo es posible que Dios sea Padre? Mira la injusticia, observa el hambre en el mundo, contempla el infierno que viven algunos seres humanos. ¿Cómo es posible que Dios sea Padre? Mi hijo murió. ¿Cómo es posible que Dios sea Padre?”. Y sé que a pesar de experimentarlo mil veces, cuando “creo” y afirmo con toda mi fuerza que la Palabra de Dios es eterna y que la profecía se cumplirá, trastorno la realidad, supero el peso de mi gravedad, entro en una órbita de luz, vivo una realidad divina, hago presente en mí el Reino, venzo el mundo que me rodea y que trata de asfixiarme. Cuando creo no soy un simple hombre sino que soy hijo de Dios. Creer no pertenece a nuestra dimensión natural; corresponde ciertamente a nuestra dimensión divina» (Carlo Carreto)
[1] Forma de apostolado asociado de los laicos. Fundada por el papa Pío XI. Renovada con las directrices del Concilio Vaticano II. Son sus notas de identidad: eclesialidad, secularidad, organicidad, unión con la jerarquía.
[2]Yo, Francisco, Madrid, Edic. Paulinas, 208 p. La edición que citamos ya en el año 1983 había alcanzado su octava edición.
Del tratado sobre el admirable Corazón de Jesús
(Libro I,5: Opera omnia 6,107,113-115)
Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es
realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la
cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el
cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de
algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En
cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él
desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y
glorificar al Padre.
Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino
que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la
cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él
viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas
las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas
palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se
manifieste en vosotros.
Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios,
sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que
hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser
gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la
única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y
destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas
tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas
palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí
mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en
la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para
ser Señor de vivos y muertos.
Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los
miembros son una sola cosa con la cabeza y, por eso, debes tener con él un solo
espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un
solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo
tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son
aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen
empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía
encuentran su mejor complemento
Comienza la investigación para la causa de beatificación de Chesterton
En su discurso de apertura de la 32 ª Conferencia Anual de Chesterton celebrada en Assumption College, Dale Ahlquist, el presidente de la American Chesterton Society, anunció que el obispo Peter Doyle de Northampton, Inglaterra, ha dado permiso para declarar que «se solidariza con nuestros deseos y está buscando un clérigo idóneo para comenzar una investigación sobre la posibilidad de abrir una causa para G.K. Chesterton.
(Zenit/InfoCatólica)El anuncio fue recibido con fuertes aplausos y gran emoción de los miembros de la the American Chesterton Society quehan esperado durante mucho tiempoa un paso oficial hacia la causa de canonización de Chesterton. Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue un escritor inglés prolífico y converso al catolicismo. Sus clásicas obras como «Orthodoxy» (Ortodoxia), «The Everlasting Man» (El hombre eterno), sus libros sobre san Francisco de Asís y santo Tomás de Aquino, así como historias de detective del padre Brown, han inspirado y deleitado a generaciones de lectores. Pero también ha sido una fuerza de impulso en la nueva evangelización ya que ha demostrado ser un‘fabricante’ de conversos a la fe católica.
Dale Ahlquist, que ha escrito varios libros sobre Chesterton y también es invitado de la serie de EWTN «El apóstol del sentido común», es uno de esos conversos y ha jugado un papel clave en la conducción de la reactivación Chesterton. «Fue un gran privilegio para mí para hacer el anuncio en la conferencia», dijo. «Estoy agradecido por todo el trabajo realizado por los devotos de Chesterton de todo el mundo que ha llevado al obispo a tomar esta importante decisión. Una de las razones que lo motivaron en especial es el hecho de que su santidad,el papa Francisco, expresó su apoyo a la causa de Chestertoncuando era arzobispo de Buenos Aires».
Los escritos proféticos de Chesterton están siendo adoptadas por una nueva generación que se sienten atraídos por suelocuente defensa de la fe católica, de la familia tradicional, la santidad de la vida y la justicia económica. Él es conocido por su gran ingenio, humildad y profunda alegría católica. Él tuvo una gran influencia de grandes figuras como el arzobispo Fulton Sheen, CS Lewis, JRR Tolkien, Dorothy Day, y Jorge Luis Borges. «Creo que es en gran medida un santo para nuestro tiempo y podría atraer a muchas personas en la Iglesia católica», agregó Ahlquist.
Desde 1996, The American Chesterton Society (ACS) ha sido la principal organización dedicada a la divulgación de las ideas de Chesterton. Publica ‘Gilbert Magazine’ y ha iniciado más de 60 sociedades Chesterton locales en todo Estados Unidos. La conferencia nacional atrae a cientos de asistentes cada año. El ACS trabaja para llevar el sentido común de Chesterton, una fe profunda y la alegría de una nueva generación.
LA PALABRA DEL PAPA HOY "Orar: Insistir hasta volverse
inoportunos."
Debemos orar con coraje al Señor, también con
insistencia como hizo Abraham. Lo dijo esta mañana el Papa Francisco durante la
Misa en la Casa de Santa Marta. El Papa observó que orar es también “negociar
con el Señor”, volverse hasta inoportunos como nos enseña Jesús.
Abraham habla al Señor con coraje e insistencia
para defender a Sodoma de la destrucción. El Papa Francisco desarrolló su
homilía partiendo de la Primera Lectura de hoy observando que “Abraham es un
valiente y ora con valor”. Abraham, dijo el Papa, “siente la fuerza de hablar
cara a cara con el Señor y trata de defender aquella ciudad”. Y lo hace con
insistencia. En la Biblia, constató el Santo Padre, se recuerda que “la oración
debe ser valiente”:
“Cuando hablamos de coraje siempre pensamos en el coraje apostólico, ir a
predicar el Evangelio, estas cosas… Pero existe también el valor ante al Señor.
Aquella parresia ante el Señor: ir al Señor con valor para pedirle cosas.
Esto hace un poco sonreír, está bien pero hace reír porque Abraham habla con el
Señor en una manera especial, con este coraje y uno no sabe: si estamos ante un
hombre que reza o ante un ‘comerciante fenicio’, porque regatea el precio, va,
va… E insiste: de cincuenta logra bajar el precio a diez. Él sabía que no era
posible. Sólo había un justo: su nieto, su sobrino… Pero con aquel coraje, con
aquella insistencia, ¡iba adelante!”.
A veces, puntualizó el Papa, se recurre al Señor para “pedir algo por una
persona”, se pide esto y aquello y después uno se olvida. “Pero aquella –
advirtió el Papa – no es oración”, porque “si quieres que el Señor conceda una
gracia, debes ir con valor y hacer aquello que hizo Abraham con su
insistencia”. El Obispo de Roma recordó que es el mismo Jesús quien nos dice
que debemos orar como la viuda con el juez, como aquel que va de noche a tocar
la puerta del amigo. Con insistencia: “Jesús nos lo enseña así ”. Y de hecho,
observó, Jesús elogia a la mujer sirio-fenicia que con insistencia pide la
curación de su hija. Insistencia, afirmó el Pontífice, también si esta nos
agota, y “es verdaderamente agotador”. Pero esto, dijo, “es una actitud de la
oración”. Santa Teresa, recordó, “habla de la oración como un negociar con el
Señor” y esto “es posible sólo cuando hay familiaridad con el Señor”. “Es agotador,
es verdad – repitió – pero ésta es la oración, esto es recibir una gracia de
Dios”. El Papa subrayó el argumento que Abraham utiliza en su oración: “Toma
los argumentos, las motivaciones del mismo corazón de Jesús”:
“¡Convencer al Señor con las virtudes propias del Señor!¡Eso es bello! La
exposición de Abraham va al corazón del Señor y Jesús nos enseña lo mismo: ‘El
Padre sabe las cosas.
El Padre – no se preocupen – manda la lluvia sobre los justos y sobre los
pecadores, el sol para los justos y para los pecadores’. Con aquel argumento
Abraham va adelante. Yo me detendré aquí: orar es negociar con el Señor,
también volverse inoportuno con el Señor. Orar es alabar al Señor por sus cosas
bellas y pedirle que nos mande esas cosas bellas. Y si Él es tan misericordioso,
tan bueno, ¡que nos ayude!”
“Yo – concluyó Francisco - quisiera que todos nosotros, durante la jornada, por
cinco minutos, no más, tomemos la Biblia y leamos lentamente el Salmo 102”,
recitado hoy entre las dos Lecturas:
“‘Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. Él perdona todas
tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona
de amor y de ternura…’. Y con esto aprenderemos las cosas que debemos decir al
Señor cuando pidamos una gracia. ‘Tú que eres misericordioso, Tú que perdonas,
concédeme esta gracia’: como hizo Abraham y como hizo Moisés. Vayamos adelante
en la oración, valientes, y con estos argumentos que vienen directamente del
corazón de Dios”.