Luis Ugalde
El régimen ha decidido matar su “mejor constitución del mundo”. Para no seguir violándola, decide librarse de
ella asesinándola. Mejor matarla y hacer otra sumisa y dictatorial. Con ese
propósito Maduro -usurpando un poder que no tiene- convocó a una Asamblea
Nacional Constituyente. Maduro es
usurpador porque él no es el pueblo y sólo “el pueblo de Venezuela es el
depositario del poder constituyente originario” y sólo éste “puede convocar a
una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado,
crear un nuevo ordenamiento jurídico y una nueva Constitución” (art. 347). Cuando
Venezuela clama indignada por el brutal empobrecimiento por falta de comida y
medicinas, alto costo de la vida, inseguridad, persecución y exilio, es una
burla cruel agravar estos problemas y decir que se necesita una nueva constitución
para resolverlos. El régimen la quiere para impedir elecciones con voto libre,
universal y secreto del pueblo entero para
acallar del todo su grito y eliminar “los poderes constituidos” no serviles.
En el fascismo y en el comunismo el Jefe es el soberano, que se
autoproclama como la suprema encarnación del pueblo. Maduro no es el pueblo, como
no lo eran Hitler y Stalin, pero el pueblo – afirman esos dictadores- se
encuentra con su verdadera esencia al identificarse con el Caudillo.
Todo el poder para los soviets, dijeron los bolcheviques a partir de
1917; todo el poder para los consejos de obreros, campesinos, soldados… Poder
popular ascendente desde la base hasta la cúspide de la Unión Soviética. En la realidad
-fuera de los primeros momentos revolucionarios – todo el poder fue para el
Jefe de Estado, llámese Stalin, Mao o Castro. El Partido único comunista manda
en el país, en el partido manda su Comité Central y en éste su Secretario General.
El partido, la burocracia, los
cargos y los soviets o consejos, todos deben convertirse en “correas de
transmisión” de las órdenes de arriba. La Constitución, como instrumento dócil
del poder dictatorial, consagra esa realidad, con líder único, omnipotente y
permanente. Castro en Cuba, era jefe vitalicio del partido, del gobierno y del
estado. Sociedad totalitaria donde el Estado-gobierno-partido es el único
empresario, el único educador, el único comunicador… Todos los demás son buenos
si adoran a ese ídolo y comulgan de ese sacramento; malos y enemigos sin
derechos, si disienten.
El año 2007 el pueblo de Venezuela logró derrotar con votos la imposición
de la constitución cubanoide y el Jefe
se vio obligado a reconocer la derrota. En diciembre de 2015 con la estrepitosa
derrota en las elecciones para la Asamblea Nacional, el régimen comprendió que nunca
más podría ganar elecciones con voto libre, secreto y universal. Su legitimidad
estaba perdida a causa de la evidente ruina, ineptitud y corrupción; el 80% de
los venezolanos está convencido de que con este régimen y modelo llegó la
muerte de toda esperanza.
Conclusión: hay que anular la AN, evitar las
elecciones democráticas y aplicar la tenaza jurídico-militar que legisle y
reprima al gusto y necesidad del Ejecutivo. Pero ¿qué hacer con la constitución
democrática de 1999 que sigue molestando? Hay que acabarla con una nueva “constituyente
originaria” (que puede barrer con todo lo “constituido”) Pero, como el pueblo
pide a gritos la aplicación de los principios e ideales humanitarios de esa
constitución y no su eliminación, no queda más alternativa: que Maduro usurpe
el derecho de convocarla y elabore las “bases comiciales” en laboratorios
gubernamentales. El CNE esperaba de rodillas para aplicar de inmediato fórmulas
mágicas para que una minoría sumisa
de menos de 20% se imponga a la mayoría. Recordemos que en los países comunistas
el gobierno siempre ganaba sus peculiares elecciones con una votación entre 93
y 97 por ciento. Por eso el madurismo ha decidido cambiar las reglas del juego y pasar a jugar
con otro tablero hecho a su imagen y control. No más elecciones con voto
universal y secreto, sino voto sectorial parcial que permita a la minoría
decidir como si fuera mayoría.
Los venezolanos queremos comida, trabajo, ingresos suficientes, medicinas
y salud, seguridad, paz, libertad… No una nueva constitución, sino el
cumplimento de la que tenemos. Pero esta dictadura necesita nueva constitución,
por eso ha decidido asesinar a la Bolivariana y el CNE vergonzosamente se
apresura a hacer los mandados del Ejecutivo. La sociedad venezolana, los
demócratas todos (chavistas o no) estamos obligados a impedir este crimen con
preaviso. Como dice el artículo 333 todo
ciudadano “tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva
vigencia” y el pueblo de Venezuela
“desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los
valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Al convocar la Constituyente el régimen dictatorial
anuncia su decidida voluntad de matar la
constitución que viene violando sistemáticamente, y el pueblo demócrata
de Venezuela está obligado a “desconocer
cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores,
principios y garantías democráticos o menoscabe
los derechos humanos” (art. 350).
Caracas, 5 de junio de 2017.
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