EDUARDO CASANOVA
Conocí a José Antonio Abreu en
1958, cuando ambos éramos estudiantes en la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB), que funcionaba entonces en la cuadra comprendida entre las esquinas de
Mijares y Jesuitas, en pleno centro de Caracas. Nos acercó la música, que en mí
era una pasión y en él un oficio.
Años después (1974), cuando yo actuaba como
Director Civil y Político de la Gobernación de Caracas, oficina que manejaba
todo lo relativo a la cultura en la capital de Venezuela, se me acercó Luis
Morales Bance, hermano menor de un condiscípulo y buen amigo de mi infancia y
adolescencia, José Enrique Morales Bance, a proponerme una idea que me pareció
interesante: la creación de una Orquesta de Cámara de Caracas. Con él estaban
José Antonio Abreu, Frank Di Polo y otros jóvenes músicos. Diego Arria, que era
Gobernador y por lo tanto mi superior jerárquico, se opuso con decisión al
proyecto y lo estranguló antes de nacer.
Pero yo seguí en contacto con el grupo
de músicos, y apoyé con entusiasmo el proyecto que entonces nació de crear una
Orquesta Juvenil o Infantil. En Dinamarca, una de mis secretarias locales
cuando fui primer secretario de la embajada de Venezuela y jefe de la sección
consular (principios de 1968 a finales de 1970) era violinista de la orquesta
juvenil, de modo que pude ver su funcionamiento de cerca, y como buen melómano,
ex alumno de Antonio Lauro y de Emil Friedman, era algo que me interesaba
mucho. Logré “bypassear” la negativa de Diego, y basado en que yo administraba
fondos del Centro Simón Bolívar destinados a la cultura, le entregué a Abreu
100.000 (cien mil) bolívares de la época, que hoy serían unos 60.000.000
(sesenta millones) de bolívares fuertes por lo menos, y con “Pepino” Delfino,
que era Director de Transporte de la Gobernación, le conseguí dos buenos
autobuses para el traslado de estudiantes de las escuelas de música de
Barquisimeto y Maracay de esas ciudades hacia Caracas y de regreso a ellas. Y
así nació el proyecto que después se convertiría en el Sistema.
No podía
imaginar que Abreu, con un tesón y una habilidad admirables, lograría que miles
de millones de bolívares se destinaran a hacer crecer ese proyecto hasta
volverlo monstruoso, y mucho menos que en el Sistema imperarían serios
elementos de corrupción que en nada lo honran. Abreu, a veces humillándose y a
base de adulación, consiguió que varios despachos y gobernaciones le dieran
cantidades impresionantes de dinero, que en muchos casos no fueron usados
correctamente y sirvieron para darle la razón a Manuel Vicente Romero García en aquello
de que “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones
consagradas”.
Uno de los peores errores de Carlos Andrés Pérez fue nombrar
ministro de cultura y presidente del CONAC a Abreu, que con la misma decisión
que había empleado para construir su Sistema se dedicó a destruir todo lo que
le hiciera sombra o competencia, con lo que Venezuela perdió muchísimo en
materia musical. Entre otras destruyó a Solistas de Venezuela, agrupación en
la que con Olaf Ilzins y Luis Morales Bance fui Director por casi treinta años.
Lamentablemente, el segundo gobierno de Caldera no tuvo ni el tiempo ni el
poder para neutralizar la obra destructiva de Abreu, y luego el país cayó en
manos de Chávez, que más bien la reforzó. Abreu se dedicó a adular servilmente
a Chávez y a sus adláteres y así consolidó su poder omnímodo. Y una de las
demostraciones de ese poder fue la imposición del joven Gustavo Dudamel como
director hasta de fama mundial.
Dudamel no es mal director, pero está muy lejos
de ser un director excelso como muchos creen que es. Y ese es el verdadero
núcleo del problema. El mayor mérito de Dudamel consiste en mezclar salsa y
ritmos latinos con música académica, lo que es una forma demagógica y populista
de ganar adeptos. Alguna vez vi y oí una versión del Don Giovanni de Mozart
en la televisión (en Film & Arts), sin saber quién dirigía la orquesta, y
me pareció tan mala, tan sombría, tan antimozartiana, que lo comenté en voz
alta. Y cuando las cámaras enfocaron al director me di cuenta de que era
Dudamel. Era evidente que no había captado la esencia de la obra y la
destrozaba sin piedad. Es algo que he conversado con verdaderos músicos en
Venezuela, en USA, en Alemania, y todos coinciden en lo que afirmo: no es un
mal director, sino uno de buen nivel, pero muy lejos de lo que Abreu ha
sembrado como opinión bien aceitada con petrodólares. Es lógico que personas de
buena fe pero de poca escuela se dejen engañar. Y es lógico que personas con
buena fe y buena escuela no se dejen engañar. Pero a estos últimos se les hace
peligroso decir lo que piensan, porque se estrellan contra un muro de
reputaciones consagradas por nulidades engreídas.
Lo que no es lógico es que la
no aceptación de Dudamel se base en lo político. La política no tiene nada que
ver con el talento. Wagner, Furtwängler y Karajan fueron deleznables en materia
política, pero grandes en lo musical. Céline, Sartre y Neruda fueron muy
censurables en lo político pero de altísimo nivel en lo literario. Abreu y
Dudamel tienen derecho a ser chavistas y enchufados, allá ellos y sus
conciencias pero eso no hace que sean peores músicos. Lo que sí hay que tener
en cuenta es que Dudamel no tiene el nivel que Abreu, los chavistas y muchos
inocentes sostienen que tiene. Igual el Sistema, que yo en mala hora ayudé a
crear: no tiene el nivel que casi todo el mundo cree que tiene. Como dijo una
vez Ibsen Martínez, los muchachos desafinan. Ha generado un mundo de corrupción
que no justifica lo que se ha invertido en él. De él por lo general no salen
buenos músicos, sino músicos mediocres. Cuando pase la pesadilla debe revisarse
a fondo, no pensando en lo político, sino en lo musical y en lo social. Porque
no era una mala idea, sino que cayó en malas manos.
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