Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza
y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la cabeza para con los
miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y
todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para
que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres
para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente
usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.
Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere
estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus
miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti:
su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su
alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad
a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en
vosotros.
Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar
en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser
injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de
él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida
verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el
único principio de toda tu actividad y de todas tus energías; debes vivir de él
y por él, para que en ti se cumplan aquellas palabras: Ninguno de
nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos
para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte
somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y
muertos.
Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los
miembros son una sola cosa con la cabeza y, por eso, debes tener con él un solo
espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un
solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo
tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son
aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen
empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía
encuentran su mejor complemento.
(*) Nació en la diócesis de Séez
(Francia) el año 1601; recibió la ordenación sacerdotal y se dedicó por varios
años a la predicación en las parroquias. Fundó dos Congregaciones religiosas,
una destinada a la formación de los seminaristas (conocida hoy como Eudistas) y la otra al cuidado de las
mujeres cuya vida cristiana estaba en peligro. Fomentó en gran manera la
devoción a los Corazones de Jesús y de María. Murió el año 1680. Su fiesta se celebra el 19 de agosto.
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