Maximiliano María Kolbe nació cerca
de Lodz (Polonia) el 8 de enero de 1894. Ingresó en el seminario de los
Hermanos Menores Conventuales en 1907, y el año 1918 fue ordenado sacerdote en
Roma. Encendido en el amor a la Madre de Dios fundó la asociación piadosa de la
«Milicia de María Inmaculada», que propagó con entusiasmo. Misionero en el
Japón, se esforzó por extender
la fe cristiana bajo el auspicio y patrocinio de la misma Virgen Inmaculada.
Vuelto a Polonia, habiendo sufrido grandes calamidades, en el mayor conflicto
de los pueblos, entregó su vida como holocausto de caridad por la libertad de un
desconocido condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941, en el campo de
concentración de Auschwitz.
En septiembre de 1939 estalla la Segunda Guerra mundial. Sangre, muerte, destrucción, crueldad, odio, bestialidad e infamia sin fin. Los nazis, llenos de soberbia, invaden Polonia. En pocas semanas, el ejército y toda la nación polaca sufren la humillación de la derrota. Quedan completamente subyugados. Pocos días después, llega la Wermach, o ejército de ocupación, que sin miramiento alguno comete todo tipo de tropelía, saqueos y vandalismos en la ciudad mariana: destrozan imágenes, encienden fogatas con ornamentos sagrados, retiran y se llevan una buena parte de la maquinaria tipográfica. El P. Kolbe, el fundador, esta presente ante esos destrozos sacrílegos. No se deja dominar por el odio ni grita venganza. Solo reza, llora y consuela… Pese al clima de odio al enemigo, el perdona como Cristo en la Cruz; el ama a todos: “¡Animo muchachos, la Inmaculada nos lo dio. La Inmaculada nos lo quitó. Ella bien sabe como están las cosas!”. El 19 de septiembre se presento en Niepokalanow la Wermacht alemana con gritos: “Todos fuera!.. ¡Todos en marcha!.." Todos los frailes fueron acorralados en el patio, encolumnados y cargados en camiones rumbo al occidente. Pasaron de un campo de concentración a otro: de Lamsdorf a Amtitz, de aquí a Ostrzeszow. Aun no se había llegado a los horrores posteriores de los campos de concentración; sin embargo, no faltaban los sufrimientos. Había de sobra dolor para poner a prueba hasta a los mas fuertes: abusos, prepotencia, desprecio, violencia, repugnante suciedad, hambre, frío, promiscuidad, piojos. Pese a todo, había algo de libertad que permitía a los frailes tener vida común, instalar una imagen en la repisa de un galpón, rezar y cantar juntos, hacer su retiro espiritual. El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, luego de tres meses de encierro, fueron inexplicablemente liberados. Era un regalo de la Virgen. Pero triste espectáculo les brindó Niepokalanow al regresar. Primeramente, los bombardeos y los saqueos habían destrozado la mística ciudad. Ahora, todo se hallaba ocupado por los deportados y desbandados. Sin embargo, no hubo desmayo, sino que en seguida se organizo la vida religiosa con tandas continuadas de Adoración ante el Santísimo. De inmediato, la numerosa comunidad tuvo que enfrentar no tanto los problemas culturales de las revistas y ediciones, cuanto los mas prosaicos y graves de la subsistencia: comida, ropa, remedios, Para resolverlos, como también para salir al encuentro de las necesidades del pueblo de los alrededores, se abrieron talleres de herrería, carpintería, mecánica, servicios automovilísticos, y también una lechería. Ocasionalmente tuvieron que prestar servicios también a las autoridades de ocupación. Niepokalanow brindo su asistencia a varios miles de pobres desheredados, entre los cuales había un millar de judíos, marcados por los nazis con una estrella amarilla sobre el pecho. El P. Maximiliano había impartido a sus frailes estas pautas de conducta: la caridad ha de estar abierta a todos sin discriminación; sus únicos limites han de ser los de las posibilidades, que, gracias a su gran espíritu de sacrificio, llegaban a los extremos de la misma generosidad. El P. Kolbe se las arregló para enviar mensajes a los hermanos dispersos: “Trabajemos en la acción misionera. Conquistemos para la Inmaculada otros corazones. Recemos mucho por la venida del reino. Ofrezcámosle nuestros sufrimientos. Nuestra consigna sea ésta: que la Inmaculada esté contenta de nosotros. Vivamos de amor. Comuniquemos a los otros fuego de amor” .
En septiembre de 1939 estalla la Segunda Guerra mundial. Sangre, muerte, destrucción, crueldad, odio, bestialidad e infamia sin fin. Los nazis, llenos de soberbia, invaden Polonia. En pocas semanas, el ejército y toda la nación polaca sufren la humillación de la derrota. Quedan completamente subyugados. Pocos días después, llega la Wermach, o ejército de ocupación, que sin miramiento alguno comete todo tipo de tropelía, saqueos y vandalismos en la ciudad mariana: destrozan imágenes, encienden fogatas con ornamentos sagrados, retiran y se llevan una buena parte de la maquinaria tipográfica. El P. Kolbe, el fundador, esta presente ante esos destrozos sacrílegos. No se deja dominar por el odio ni grita venganza. Solo reza, llora y consuela… Pese al clima de odio al enemigo, el perdona como Cristo en la Cruz; el ama a todos: “¡Animo muchachos, la Inmaculada nos lo dio. La Inmaculada nos lo quitó. Ella bien sabe como están las cosas!”. El 19 de septiembre se presento en Niepokalanow la Wermacht alemana con gritos: “Todos fuera!.. ¡Todos en marcha!.." Todos los frailes fueron acorralados en el patio, encolumnados y cargados en camiones rumbo al occidente. Pasaron de un campo de concentración a otro: de Lamsdorf a Amtitz, de aquí a Ostrzeszow. Aun no se había llegado a los horrores posteriores de los campos de concentración; sin embargo, no faltaban los sufrimientos. Había de sobra dolor para poner a prueba hasta a los mas fuertes: abusos, prepotencia, desprecio, violencia, repugnante suciedad, hambre, frío, promiscuidad, piojos. Pese a todo, había algo de libertad que permitía a los frailes tener vida común, instalar una imagen en la repisa de un galpón, rezar y cantar juntos, hacer su retiro espiritual. El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, luego de tres meses de encierro, fueron inexplicablemente liberados. Era un regalo de la Virgen. Pero triste espectáculo les brindó Niepokalanow al regresar. Primeramente, los bombardeos y los saqueos habían destrozado la mística ciudad. Ahora, todo se hallaba ocupado por los deportados y desbandados. Sin embargo, no hubo desmayo, sino que en seguida se organizo la vida religiosa con tandas continuadas de Adoración ante el Santísimo. De inmediato, la numerosa comunidad tuvo que enfrentar no tanto los problemas culturales de las revistas y ediciones, cuanto los mas prosaicos y graves de la subsistencia: comida, ropa, remedios, Para resolverlos, como también para salir al encuentro de las necesidades del pueblo de los alrededores, se abrieron talleres de herrería, carpintería, mecánica, servicios automovilísticos, y también una lechería. Ocasionalmente tuvieron que prestar servicios también a las autoridades de ocupación. Niepokalanow brindo su asistencia a varios miles de pobres desheredados, entre los cuales había un millar de judíos, marcados por los nazis con una estrella amarilla sobre el pecho. El P. Maximiliano había impartido a sus frailes estas pautas de conducta: la caridad ha de estar abierta a todos sin discriminación; sus únicos limites han de ser los de las posibilidades, que, gracias a su gran espíritu de sacrificio, llegaban a los extremos de la misma generosidad. El P. Kolbe se las arregló para enviar mensajes a los hermanos dispersos: “Trabajemos en la acción misionera. Conquistemos para la Inmaculada otros corazones. Recemos mucho por la venida del reino. Ofrezcámosle nuestros sufrimientos. Nuestra consigna sea ésta: que la Inmaculada esté contenta de nosotros. Vivamos de amor. Comuniquemos a los otros fuego de amor” .
La Navidad de 1939 es Navidad de
guerra: nuevos aprestos bélicos en el frente ruso, carecen los alimentos y la
calefacción, aumenta el miedo, las persecuciones y arrestos… ¿Quien se acuerda
de celebrar Navidad? -El P. Maximiliano. Organiza una fiestecita infantil para
los muchos niños alojados en Niepokalanow: teatrillo, cantos, modestas
golosinas, para devolver a los niños un poco de alegría y hacer brillar de
nostalgia los ojos de las madres. El P. Kolbe esta en la lista negra de la
Policía Secreta. ¿Por que? El Padre Kolbe es el superior de Niepokalanow, cuyas
actividades marianas tienen tanta influencia en toda Polonia. Los nazis quieren
destruir esa influencia y a la vez quieren vengarse de que de esos talleres
salía “El Pequeño Diario” cuya predica patriota y católica tanto los había
enfurecido. Peor mas aun, el P. Kolbe por su sacerdocio, cultura y posición era
dirigente notable. En el programa de ocupación estaba previsto el exterminio de
los intelectuales y dirigentes. Además, en Niepokalanow se brindaba asilo a los
judíos. A los ojos antisemitas de los nazis, eso era un delito que merecía el
castigo de los campos de concentración. El P. Maximiliano presentía que
vendrían para apresarlo pero seguía firme en compromisos. Estaba convencido de
que su vida estaba en manos de Dios y que la Inmaculada velaba por todos.
Seguía trabajando por la difusión de sus ideales marianos. Deseaba reeditar “El
Caballero de la Inmaculada” para llevar autentica esperanza y paz a ciento de
miles de hogares en tiempo de tanto dolor y confusión. Finalmente, en diciembre
del 1940, luego de infinitas gestiones con los ocupantes invasores, pudo editar
el último numero, en el cual brillaba la belleza del amor mariano. Un día de
febrero del 1941 por la mañana dos autos negros de la Gestapo se paran ante
Niepokalanow. Los policías piden hablar con el P. Kolbe, quien al saber su
llegada contesta con temblor al hermano portero: “¡Bien, bien, hijo mío! ¡María!”.
Reúnen a todos los frailes en el patio, mientras tanto ellos inspeccionan
bruscamente todo el convento. Hacia mediodía, el Padre Maximiliano y otros
cinco padres son obligados a introducirse en los autos. Parten para un viaje
sin retorno. El P. Maximiliano inicia su vía crucis sereno y tranquilo, como
siempre. Dejó su querida Niepokalanow, su predilecta ciudad mariana, para no
volver más. Para todo polaco, el “Pawiak” es el nombre de la terrible cárcel de
Varsovia, que “hace helar la sangre”. Ahí ingreso el 17 de febrero de 1941 el
P. Maximiliano Kolbe. El campo de concentración de Auschwitz es llamado por los
polacos: “campo de la muerte”, porque en sus campos, bloques y sótanos, han
perecido miserable y trágicamente, más de cinco millones de personas. Levantado
sobre los escombros de unos cuarteles y granjas, está situado en la Polonia
meridional, en una zona pantanosa, insalubre, para que no hubiese testigos
indiscretos de esa fábrica de muerte. Rodeado por altas alambradas electrizadas
y de torres de control. Allí toda crueldad e infamia, toda bestialidad y
aberración, toda atrocidad y todos los horrores se habían dado cita para
transformarlo en un verdadero infierno. Continuas muertes por enfermedades y
por inanición, frío, fatigas agotadoras, escorbuto, disentería, traumas e
infecciones. El pelotón de fusilamiento acribillaba a docenas a la vez contra
un paredón forrado de caucho, para atenuar el ruido del disparo. En la plaza de
armas cinco personas subían a la banqueta. El verdugo les colocaba el lazo al
cuello. Con una patada a la banqueta quedaban las víctimas suspendidas.
Auschwitz se había hecho famoso por la instalación de la primera cámara de gas.
Lo que mas se temía no eran las balas, ni las horcas, ni las cámaras de gas,
sino los sótanos de la muerte, o “Bunker”, de la lenta agonía, del martirio
enloquecedor del hambre y de la sed. En Auschwitz murieron millones de
católicos y también, como es sabido, millones de judíos. El objetivo mas
profundo de Hitler en sus masacres es poco conocido. El hecho es que el odiaba
la revelación divina confiada a Israel y también a Jesucristo, particularmente
a la Iglesia Católica. Entra en Auschwitz el P. Maximiliano la tarde del 28 de
mayo de 1941 con un transporte de otros 320 presos. Sobre el portón de entrada
había un letrero en alemán: “El trabajo libera”. Era una mentira mas. En
realidad, al entrar los prisioneros, se les decía que los judíos tenían el
derecho de vivir dos semanas y los sacerdotes católicos un mes. Apenas llegan
agotados, se pasa lista. Cada preso ha de pasar debajo de una doble fila de
sayones, los que armados de látigos y bastones, se divierten sádicamente,
golpeándolos o haciéndoles zancadillas, que obligan los presos a saltos,
manotazos, morisquetas y terribles crispaciones. Todo esto provocaba en los
verdugos burlas y risotadas. Maximiliano siempre iba al final de la línea de la
enfermería a pesar de la severa tuberculosis que padecía. La mañana del 29 de
mayo despertó a los 320 con un deshumanizante programa. Desnudados, fueron
sometidos a una ducha colectiva de violentos chorros de agua fría. Después
golpeados y escarnecidos obscenamente por sus desnudeces, fueron revestidos de
raídas casacas, muchas de ellas aun manchadas de sangre. Cada casaca lleva un
numero. Desde ahora en adelante, cada preso no será mas que un numero. El del
Padre Maximiliano María Kolbe era el 16670. Mas tarde, todo el grupo salió a la
plaza de armas, para la asignación a las brigadas de trabajo o bloques. El P.
Kolbe en seguida fue ocupado como peón en el acarreo de cantos rodados y arena
para la construcción de un muro alrededor del horno crematorio. El P. Kolbe
consolaba a sus compañeros y decía "todo lo que sufrimos, es por la
Inmaculada". Un día, después de una tremenda paliza dada por el cabo que estaba
a cargo, y que lo había dejado mas muerto que vivo, el P. Kolbe fue internado
en el hospital, atacado de neumonía, con fiebre altísima y con el rostro
estriado de moretones. Con su conducta ante el sufrimiento, asombraba a
médicos y enfermeros. Soportaba el dolor virilmente y con completa resignación
a la voluntad de Dios, solía repetir: “Por Jesús soy capaz de padecer aún mas.
La Inmaculada está conmigo y me ayuda”.
El bloque 14 había salido para la
cosecha de unas parcelas de trigo. Aprovechando algún descuido de los guardias,
un preso se fugó. Por la tarde, al pasar lista, se descubrió el hecho. El
terror congeló los corazones de aquellos hombres. Todos sabían la terrible
amenaza del jefe: Por cada evadido, 10 de sus compañeros de trabajo, escogidos
al azar, serian condenados a morir de hambre en el bunker o sótano de la
muerte. A todos aterrorizaba el lento martirio del cuerpo, la tortura del
hambre, la agonía de la sed. Al día siguiente, los otros bloques siguen sus
faenas diarias. Los del bloque 14 han de quedar en posición de atención en la
explanada bajo el sol calcinante de verano, sin comer ni beber. Tres horas
pasan como la eternidad. El P. Maximiliano, el de los pulmones agujereados por
la tisis, el que acaba de salir del hospital, siempre débil y enfermizo, resiste
de pie, no desmaya ni cae. El solía repetir: “En la Inmaculada todo lo puedo”.
A las 21 horas se distribuyo la comida. Pero no para el bloque 14. Estos pobres
observaron como sus raciones eran tiradas de las ollas al desagüe. Al romper
filas todos van a catres sabiendo que al día siguiente diez de entre ellos
serian escogidos para el bunker de la muerte. Ya había ocurrido en dos
ocasiones. Al día siguiente, a las 18 horas, Fritsch, el comandante del campo,
se planta de brazos cruzados ante sus víctimas. Un silencio de tumba sobre la
inmensa explanada, atestada de presos sucios y macilentos. “El fugitivo no ha
sido hallado… Diez de ustedes serán condenados al bunker de la muerte… La
próxima vez serán veinte”. Con total desprecio a la vida humana, los condenados
son escogidos al azar. ¡Este!… ¡Aquel!… grita el comandante. El ayudante
Palitsch marca los números de los condenados en su agenda. Aterrorizado, cada
condenado sale de las filas, sabiendo que es el final. "¡Adiós, adiós, mi pobre
esposa!.. ¡Adiós, mis hijitos, hijitos huérfanos!" dice sollozando el sargento
Francisco Gajownieczek. Las palabras del sargento sin duda tocan el corazón de
muchos presos, pero en el corazón del padre Kolbe hacen más. Mientras los diez
condenados responden al grito: “¡Quítense los zapatos!”, porque deben ir
descalzos al lugar del suplicio; de improviso ocurre lo que nadie podía
imaginarse. He aquí los testimonio de los que estaban presente: "Después de la
selección de los diez presos" atestigua el Dr. Niceto F. Wlodarski, "el P.
Maximiliano salió de las filas y quitándose la gorra, se puso en actitud de
¡firme! ante el comandante". Éste, sorprendido, dirigiéndose al Padre, dijo: “Que
quiere este cerdo polaco?”. El P. Maximiliano, apuntando la mano hacia F.
Gajownieczek, ya seleccionado para la muerte, contesto: “Soy sacerdote católico
polaco; soy anciano; quiero tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos…”.
“El comandante maravillado, pareció no hallar fuerza de hablar. Después de un
momento, con un gesto de la mano, pronunciando la palabra ¡Raus! ¡Fuera!…,
ordeno a Gajowniczek que regresara a su fila. De este modo, el P. Maximiliano
María Kolbe tomo el lugar del condenado”. “Parece increíble que el comandante
Frisch haya borrado de la lista al sargento, y haya aceptado el ofrecimiento
del P.Kolbe, y que mas bien no haya condenado a los dos al bunker de la muerte.
Con un monstruo como ese, todo era posible” “Los diez pasaron ante nuestras
filas”, declara Fray Ladislao Swies, palotino, “y entonces observé que el Padre
Kolbe seguía por último, y sostenía a tientas a otro de los condenados, mas
débil que el, que no era capaz de caminar con sus propias fuerzas”. A la Virgen
dirige su oración: “Reina mía, Señora mía, has mantenido tu palabra. ¡Es para
esto que yo he nacido!”. “El sacrificio del P. Kolbe, mientras provocó la
consternación entre las autoridades del campo, provocó la admiración y el
respeto de los presos”, (Sobolewski). “En el campo casi no se notaban
manifestaciones de amor al prójimo. Un preso rehusaba a otro un mendrugo de
pan. En cambio, el había dado su vida por un desconocido” (Dr. Stemler) El sol
se estaba hundiendo en el horizonte detrás de las tétricas alambradas. El cielo
estaba tomando los colores rojos de los mártires. “Fue una magnifica puesta del
sol, una puesta nunca vista”, relatan los pocos supervivientes de esa tarde de
fines de julio de 1941. Entre el odio brilló mas fuerte el amor que la Virgen
nos concede. “No hay amor mas grande que dar la vida por un amigo” (San Jn
15:13) . Los diez condenados al hambre y la sed bajan al sótano de la muerte
del que solo salen cadáveres directamente al crematorio. Bruno Borgowiec, un
polaco encargado de retirar los cadáveres, dio su testimonio: “Después de haber
ordenado a los pobres presos que se desnudaran completamente, los empujaron en
una celda. En otras celdas vecinas ya se hallaban otros veinte de anteriores
procesos. Cerrando la puerta, los guardias sarcásticamente decían: “Ahí se van
a secar como cascaras”. Desde ese día los infelices no tuvieron ni alimentos ni
bebidas” Diariamente, los guardias inspeccionaban y ordenaban retirar los
cadáveres de las celdas. "Durante estas visitas estuve siempre presente, porque
debía escribir los nombres-números de los muertos, o traducir del polaco al
alemán las conversaciones y los pedidos de los presos". “Desde las celdas donde
estaban los infelices, se oían diariamente las oraciones recitadas en voz alta,
el rosario y los cantos religiosos, a los que se asociaban los presos de las
otras celdas. En los momentos de ausencia de los guardias yo bajaba al sótano
para conversas y consolar a los compañeros. Loas fervorosas oraciones y cantos
a la Virgen se difundían por todo el sótano. Me parecía estar en una iglesia.
Comenzaba el P. Maximiliano y todos los otros respondían. A veces estaban tan
sumergidos en las oraciones, que no se daban cuenta de la llegada de los
guardias para la acostumbrada visita. Sólo a los gritos de estos, las voces se
apagaban". “Al abrir las celdas, los pobres infelices, llorando a lágrima viva,
imploraban un trozo de pan y agua, pero les era negado. Si alguno de entre los
más fuertes se acercaba a la puerta, en seguida recibía de los guardias patadas
al vientre, tanto que cayendo atrás sobre el cemento, moría en el acto o era
fusilado. “Del martirio que han debido padecer los pobres condenados a una
muerte tan atroz, da testimonio el hecho de que los cubos estaban siempre
vacíos y secos; de lo cual hay que concluir que los desgraciados, a causa de la
sed, tomaban la propia orina”. “El P. Maximiliano se comportaba heroicamente.
Nada pedía y de nada se quejaba. Daba animo a los demás. Persuadía a los presos
a esperar de que el fugitivo sería hallado y ellos serían liberados. “Por su
debilidad recitaba las oraciones en voz baja. Durante toda visita, cuando ya casi
todos estaban echados sobre el pavimento, se veía al P. Maximiliano de pie o de
rodillas en el centro, mirando con ojos serenos a los llegados. Los guardias
conocían su sacrificio, sabían también que todos los que estaban con el morían
inocentemente. Por esto, manifestando respeto por el P. Kolbe, decían entre si:
“Este sacerdote es todo un caballero. ¡Hasta ahora no hemos visto nada
semejante!”. Así pasaron dos semanas, mientras tanto los presos morían uno tras
otro. Al termino de la tercera semana, solo quedaban cuatro, el P. Kolbe entre
ellos. A las autoridades pareció que las cosas se alargaban demasiado. La celda
era necesaria para otras víctimas. “Por esto, un día, el 14 de agosto,
condujeron al director de la sala de enfermos, el criminal Boch, el cual
propino a cada uno una inyección endovenosa de ácido fénico. El P. Kolbe, con
la plegaria en los labios, el mismo ofreció el brazo al verdugo. “Partidos los
guardias con el verdugo, volví a la celda donde encontré al P. Kolbe sentado”,
narra Borgowiec, “recostado en la pared, con los ojos abiertos y concentrados
en un punto y la cabeza reclinada hacia la izquierda (era su posición
habitual). Su cuerpo limpio y luminoso. Su rostro lucia sereno y bello,
radiante, mientras los demás muertos estaban tendidos sobre el pavimento,
sucios y con los signos de la agonía en el rostro. “En el campo por meses se
recordó el heroico acto del sacerdote. Durante cada ejecución se recordaba el
nombre de Maximiliano Kolbe. “La impresión del hecho se me grabó eternamente en
la memoria”. La Inmaculada se lo llevó la víspera de su gran fiesta: La
Asunción. Moría un santo sacerdote en Auschwitz, mártir por Dios, de la Virgen
y por un padre de familia. El padre Kolbe venció al mal con el poder del amor.
Murió tranquilo, rezando hasta el último momento. Según el certificado de
defunción del campo, P. Maximiliano María Kolbe falleció a las 12:50 del 14 de
agosto de 1941. Tenia 47 años.” El día siguiente, 15 de agosto, el cadáver del
P. Kolbe fue llevado al horno crematorio. Cinco meses antes en la misma mañana
del arresto, el P. Maximiliano María Kolbe así escribía en su agenda personal
(02-17-1941): “La Inmaculada, que había sido todo el poema de su vida, la luz
de su inteligencia y de su genio, el latido de su corazón, la llama de su
apostolado, el éxtasis de su plegaria, su inspiradora y guía, su fortaleza y su
sonrisa, la Reina de sus “ciudades” y la Dama de sus caballeros, en breve la
vida de su vida; Ella quiso, arrebatárselo en luz de gloria entre los ángeles
que festejaban su supremo triunfo”. Cumplió su deseo máximo: “Concédeme
alabarte, Virgen Santa, concédeme alabarte con mi sacrificio. Concédeme por ti,
solo por ti, vivir, trabajar, sufrir, gastarme, morir…” San Maximiliano se
encontró en medio de un gran choque espiritual en la batalla que se libra en el
mundo entre la Inmaculada Virgen María y Satanás. El supo dar la talla y vencer
con las armas del amor. Como respuesta a la brutalidad del trato de los
guardias de la prisión, San. Maximiliano era siempre obediente, manso y lleno
de perdón. Aconsejaba a todos sus compañeros de prisión a confiar en la
Inmaculada: “¡Perdonen!”, “Amen a sus enemigos y oren por los que los
persiguen”. . Es una batalla que ahora, con su ejemplo e intercesión debemos
nosotros luchar. El 17 de Octubre de 1971, luego de dos milagros obtenidos
gracias a su intercesión, el Padre Maximiliano Kolbe fue beatificado por el
Papa Pablo VI. En su mensaje, el Papa proclamó: “Maximiliano Kolbe ha sido un
apóstol del culto a la Virgen, contemplada en su primer, originario y
privilegiado esplendor, el de su propia definición en Lourdes: “LA INMACULADA
CONCEPCION. Resulta imposible separar el nombre, la actividad, la misión del
Beato Kolbe, del nombre de María Inmaculada….Ningún titubeo estorbe nuestra
admiración, nuestra adhesión a esa consigna que el Beato nos deja en herencia”
Un compatriota suyo, el Papa Juan Pablo II lo canonizó en 1982. Su fiesta se
celebra el 14 de agosto
(Fuentes: evangeliodeldía.org; Aciprensa; catholic.net; EWTN a través de http://www.canaljesustv.com/14-san-maximiliano-maria-kolbe/)
(Fuentes: evangeliodeldía.org; Aciprensa; catholic.net; EWTN a través de http://www.canaljesustv.com/14-san-maximiliano-maria-kolbe/)
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