1.
A los pies de la Cruz, traspasado su
corazón de Madre, María recibió el cuerpo de su Hijo, recién muerto clavado en
la Cruz. Antes, con palabras amorosas, Jesús nos la había dejado como Madre de
todos los seres humanos. Su dolor, inexplicable a toda lógica humana, se asoció
a la obra redentora de su Hijo. Hoy, ante los tristes acontecimientos ocurridos
el 24 de febrero con la muerte violenta de un joven liceísta, como creyentes en
Dios apelamos a María, la Virgen Dolorosa, cuyo corazón, de acuerdo a la profecía
de Simeón, fue traspasado por una espada (cf. Lc. 2,35). Debemos acudir a ella
para presentarle el dolor de una madre y de un padre, golpeados por la muerte
violenta de su pequeño, hijo y cuyo corazón también ha sido traspasado por una
espada movida por la violencia presente en nuestra sociedad.
Junto a ese dolor de dichos padres y
sus otros hijos y familiares, también se asocia el de tantos padres y madres
quienes están, viendo inermes e indefensos, la muerte física y moral de sus
seres más queridos. Muerte física debido a la violencia y la inseguridad.
Además, la muerte moral causada por tanta descomposición, con sus expresiones
de droga, prostitución y materialismo.
La angustia causada por la muerte del
Hijo, se convirtió en María en fortaleza y esperanza con la Resurrección. Ella,
la llena de gracia, sale al encuentro de los padres, hermanos y familiares del
joven estudiante asesinado para darles un consuelo y una fortaleza más que
necesaria en estos momentos de tribulación. Le pedimos de todo corazón a María
de la Consolación no les abandone y les dé el acompañamiento maternal de su
intercesión ante el Hijo, Dios del Amor.
2.
De nuevo rechazamos todo tipo de
violencia, venga de donde venga. Pero de manera particular pedimos
encarecidamente a las autoridades civiles, militares y policiales que no
empleen ni métodos ni armamentos contrarios a la legalidad y a la dignidad de
los seres humanos. Su deber es mantener el orden, apegados a la ley y el
respeto a los derechos humanos, así como brindar a todos los ciudadanos la
necesaria seguridad. Quienes son los causantes de la muerte del joven
estudiante y de otros desmanes deben asumir su responsabilidad y ser llevados a
los órganos correspondientes de administración de justicia.
La protesta es un derecho ciudadano.
Ciertamente que debe realizarse en los parámetros de la legalidad y debe ser
pacífica. Hay muchas razones serias y objetivas para ella. Quienes la realicen
deben hacerla con sentido ciudadano y respetando también la sana convivencia de
los demás conciudadanos. De igual modo, las autoridades correspondientes deben
escuchar los clamores de quienes elevan sus voces y leer en ellas las
indicaciones, sugerencias y peticiones que se les hace. Por ello, siguiendo la
invitación del Papa Francisco, nunca hemos de agotar los espacios para el
encuentro y el diálogo, el cual ha de ser siempre constructivo y comprometedor
para la búsqueda de soluciones y así dar respuestas a las necesidades de todos.
Condenamos todo tipo de violencia,
reñida con los principios fundamentales del Evangelio y el mandamiento del amor
fraterno: desde la represión inhumana hasta el menosprecio de los más pequeños
y débiles. El Evangelio nos recuerda un compromiso distintivo de nuestra fe en
Jesús: ser constructores de la paz, pues somos hijos de un mismo Dios y Padre
(cf. Mt. 5,9)
3.
Los creyentes en Cristo siempre
estamos ante el desafío del Evangelio, Palabra viva de salvación y libertad.
Todos los discípulos de Jesús, cualquiera sea nuestra condición (estudiantes,
obreros, políticos, profesionales, empresarios, agricultores, sacerdotes, amas
de casa, ricos y pobres…) estamos comprometidos con la edificación de un mundo
nuevo, donde brille la luz del Reino de Dios, con sus características de paz,
justicia, reconciliación, perdón, solidaridad… Ello exige de todos nosotros una
actitud humana y cristiana: humana, por los valores fundamentales y la defensa
de la dignidad de la Persona; cristiana, por el testimonio de caridad y
esperanza desde la propia fe.
En esta línea nos ayudan las palabras
del Papa Francisco, quien nos está invitando a no dejarnos robar la esperanza
(cf. Evangelium Gaudium 86): Los males de nuestro mundo —y los
de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro
fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es
capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la
oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es
desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir
el trigo que crece en medio de la cizaña (n. 84).
Estamos todos invitados a dar nuestra
contribución a la crisis por la que atraviesa el país. Cada uno desde su
posición, respetando el ordenamiento constitucional y jurídico del país: las
autoridades nacionales y regionales deben prestar oído atento a los clamores de
muchos de los ciudadanos; los dirigentes políticos, de todas las tendencias,
deben sumar esfuerzos para crear un clima de paz, concordia y aportar lo
necesario para la solución de los problemas. Todos los miembros de la sociedad,
desde el cumplimiento de los deberes y la exigencia de respeto de los derechos
fundamentales, sobre todo el de la vida, hemos de ayudar a la paz y la convivencia
fraterna de todos.
En los momentos de crisis, poner la
mirada en los valores del Reino de Dios nos permitirá no sólo superar las
dificultades sino, de manera clara y decidida hacer brillar, de manera
continua y cotidiana, la luz de la verdad, la justicia y la paz, cuya
fuente primordial es Cristo Salvador. Para ello nos colocamos en los brazos del
Cristo amoroso del rostro sereno, y contamos con la maternal protección de
María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación.
+Mario, Obispo de San Cristóbal.
En San Cristóbal, 25 de febrero del
año 2015.
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