San Juan Eudes,
presbítero
Del tratado sobre el admirable Corazón de Jesús
(Libro I,5: Opera omnia 6,107,113-115)
Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es
realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la
cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el
cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de
algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En
cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él
desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y
glorificar al Padre.
Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino
que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la
cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él
viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas
las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas
palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se
manifieste en vosotros.
Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios,
sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que
hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser
gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la
única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y
destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas
tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas
palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí
mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en
la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para
ser Señor de vivos y muertos.
Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los
miembros son una sola cosa con la cabeza y, por eso, debes tener con él un solo
espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un
solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo
tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son
aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen
empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía
encuentran su mejor complemento
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