Luis
Ugalde
Vivimos Tiempos de mucha tensión, confusión y deseos de que alguien desde
fuera nos resuelva esta tragedia nacional. Algunos quisieran que el Papa nos liberara del
usurpador. Para que esta ilusa esperanza no traiga más frustración, la Iglesia católica debe ser más
clara y evitar confusiones y silencios que aumentan la irritación contra el
Vaticano.
Para muchos es difícil entender que el Papa sea cabeza y servidor de la
Iglesia católica y al mismo tiempo Jefe de Estado en un mínimo territorio pero con
relaciones diplomáticas con casi todos los estados del mundo. El problema es
que actuaciones razonables para el Estado Vaticano pueden resultar chocantes y
escandalosas para la Iglesia Pueblo de Dios. En esa confusión estamos.
Neutralidad positiva Hace unos años Argentina y Chile llegaron a las puertas de la guerra por
cuestiones fronterizas. El papel activo del Vaticano fue decisivo para frenar
el conflicto y ahorrar muertos y odios. La mediación vaticana fue posible
porque ambas naciones son de gran mayoría católica y sus gobiernos aceptaron la intervención como muy
positiva por la creíble imparcialidad de un Estado sin tanques, con mucho
reconocimiento moral e interesado en ayudar a ambas partes. Se le reconocía al
Vaticano imparcialidad positiva (lo
que recientemente el Secretario de Estado cardenal Parolín llamó “neutralidad
positiva”) necesaria para ser árbitro o mediador.
Neutralidad inaceptable. No es esa la situación de Venezuela en la que los cristianos
no podemos ser neutrales, sin traicionar a Cristo. Cuando un usurpador a
mano armada secuestra la Constitución, arrebata las libertades, apresa, tortura y despoja de su patria
y bienestar a millones… nadie en conciencia puede ser neutral entre el victimario
y las víctimas. Jesús traza una radical diferencia y llama “benditos de mi Padre” a quienes
atienden al hambriento, al exiliado, al preso y al enfermo, y “malditos de mi
Padre” a los que niegan al prójimo la
comida, la medicina, la patria y la libertad. Venezuela sufre un asalto a mano
armada por bandidos que la dejan medio muerta, como en la parábola del Buen
Samaritano (Lucas 10,25-). La Iglesia en
Venezuela, a costa de su tranquilidad y aun
de su libertad, tiene que abrazar y curar al hermano herido, como lo
hizo en El Salvador de manera ejemplar Monseñor Romero (con mucha incomprensión
y disgusto del Vaticano en ese tiempo) hasta ser asesinado por el poder
dominante. Recientemente por esa virtud heroica el Papa Francisco ha canonizado
con toda celeridad a San Romero de América y lo ha puesto como ejemplo de obispo y cristiano defensor de
los perseguidos. En muchas otras ocasiones (por ejemplo en la etapa final de
Pinochet) se produce el conflicto entre la Iglesia-Estado en buena relación con
el Gobierno y la Iglesia-Pueblo de Dios, de ciudadanos que sufren y luchan por
la dignidad humana y los derechos negados por ese Gobierno.
Nos sentimos orgullosos de nuestra
Iglesia en Venezuela, y considero que nuestra Conferencia Episcopal (CEV) lleva
tres lustros como la institución más lúcida y valiente frente a un régimen que
hace mucho tiempo perdió la legitimidad, y con ello nos pone en el deber de
cumplir con los artículos constitucionales 333 y 350 basados en la tradicional
doctrina católica sobre la legítima rebelión contra el tirano. Tenemos pruebas de que esta actuación de la
CEV cuenta con la comprensión y apoyo del Papa y de su Secretario de Estado y
contamos con las oraciones y la solidaridad de diversos episcopados e iglesias
del mundo. El Régimen trata de manipular esa realidad presentando al Papa como
amigo empeñado en salvar su “socialismo del Siglo XXI” y enfrentado a la CEV degenerada
en partido político contra este buen gobierno. Lamentablemente no faltan
opositores que, malévola o ingenuamente, favorecen al gobierno que odian,
atacando al Papa. El régimen ha abusado
tanto con la manipulación del “diálogo” y la mediación del Vaticano, que el
Papa ha enviado una carta al Sr. Maduro diciéndole que el Régimen, para
perpetuar su poder y el desastre nacional, viola e incumple las buenas palabras
de diálogos anteriores.
Baño de muerte y gobierno de
transición. No es
cierto que lo mejor sea someterse dócilmente a la dictadura para así evitar el
baño de sangre, pues el baño de muerte ya es una terrible realidad que sufren
millones, no es solo un peligro. Por eso Venezuela necesita salir cuanto antes del
usurpador y formar un gobierno amplio de transición decidido
a convocar elecciones presidenciales libres y democráticas (impedidas el año
2018) y restablecer la Constitución y los derechos humanos violados. Gobierno
de Transición a la mayor brevedad 1) para establecer las condiciones para una
elección justa y limpia (nuevo CNE y TSJ, eliminación de la ANC, habilitación
de candidatos y partidos, actualización del REP, votación en el exterior, auditorías,
empresa de soporte, máquinas electorales etc.). Según los entendidos todo esto
tomará unos 9 meses y por eso conviene empezar ya. 2) De máxima urgencia en el
tiempo es también el cambio de la disparatada política económica y el freno de
la hiperinflación (va mucho más allá de la ayuda humanitaria), que no pueden
lograrse sin mucha iniciativa privada e inversión y sin un apoyo internacional grande
y sostenido de los gobiernos democráticos y de los organismos multilaterales.
Nadie en sus cabales piensa que la prolongación del régimen actual puede traer
bienestar a Venezuela. El usurpador Maduro no puede, ni quiere, convocar a elecciones presidenciales
limpias, ni cambiar del modelo “socialista”; tampoco tiene credibilidad ni apoyo
internacional y nacional, ni tendrá la de la Fuerza Armada.
La Iglesia de Cristo sin confusiones debe
movilizarse más, nacional e internacionalmente, para liberar a Venezuela de la
actual tragedia humana, evitando manipulaciones del Régimen. El Vaticano –si se
presenta la oportunidad- estará dispuesto a contribuir a la salida no
sangrienta del usurpador.
Caracas, 19
de febrero de 2019.