Ríos de tinta han corrido para
explicar; mucha investigación para entender por qué se han ido cerca de dos
millones de venezolanos. Quizás no tanto esfuerzo se ha mostrado para enseñar
qué pasa con los que se quedan, que sienten, cuál fuerza les hace creer que aun
estando conscientes de que nos hundimos en una dictadura sin piedad, valoramos
como lo más importante, lo que da sentido a la vida, quedarse, permanecer,
seguir, no sólo resistiendo sino comprometiéndose, reconstruyendo y oponiéndose
a la destrucción.
Mucha
gente pregunta “¿por qué te quedas?”, o, quizá de manera más certera, “¿cuándo
te vas?”. Cada vez que recibo estos cuestionamientos, mi mente hace un cálculo
matemático y bota una respuesta casi irracional: diez o mil razones para irme
pero un millón para quedarme.
Y aclaro, oigo a una maestra de una escuela de una zona popular contar cómo día a día asiste a las defensas contra el hambre por parte de los niños, padres y maestros de su institución. La maestra cuenta que de cada 30 niños solo diez tienen capacidad de llevar una merienda, pero aprende cada día lo que significa el valor “compartir”. “Veo los niños compartiendo con los otros, a las maestras distribuyendo parte de sus almuerzos con aquellos niños que ellas saben que no han comido o que no van a comer cuando lleguen a sus casas. Vivo el valor compartir, entiendo el significado de la solidaridad como forma natural de relación, no en el papel y siento que cada minuto crezco como persona”.
Otro caso: se pierde una arepa de la merienda escolar que debe ser compartida entre los niños. Más tarde, un niño se acerca y confiesa: “Maestra, yo tomé la arepa, no había comido ayer, pero no me la comí toda; guardé la mitad para mi hermanito pequeño que está en la casa y no comió ayer y hoy tampoco”.
O un médico en un hospital público, explicando cómo a pesar de la crisis, de la ausencia de medicamentos, del abandono de las autoridades sanitarias, se llena de fuerza cada vez que puede atender, sanar a una persona herida, a un enfermo agravado por la imposibilidad de encontrar las medicinas que debían ser de uso corriente.
Como estas historias, existen miles de casos de vida, no de resistencia, sino de reaprender a vivir, entendernos en nuestro plan más importante: ser seres humanos capaces de mirar a los ojos del otro y entender que somos la misma encarnación espiritual.
Hay que volver la mirada a los que se quedan, a los que están fundando la Venezuela nueva y al venezolano que se alimenta de la esperanza porque contribuye a que ella exista. Al que no escatima cuando se trata de actuar de acuerdo con principios morales básicos. Los que se quedan, con su actuación, reivindican el privilegio de existir, de estar vivos, en estos momentos en que las olas de destrucción corroen todo lo que se ha fundado y aquello por lo que se ha trabajado, son los venezolanos raíces de una sociedad nueva y definitivamente mejor.
El gran esfuerzo que hacemos desde Cedice Libertad es enaltecer a los que cumplen no con su deber como algo impuesto externamente, sino con su misión: si soy maestro, médico, policía o cualquier otro oficio u ocupación, tengo que aprender a desempeñarme con honestidad, con respeto hacia aquellos a quienes debo servir.
El combustible que alimenta a los que se quedan es una esperanza activa; es el convencimiento total y absoluto de que lo que hoy nos aflige puede cambiar, o mejor dicho “podemos cambiarlo”.
No nos extrañe que mañana los funcionarios que ocupen posiciones de gobierno lo hagan con honestidad, con transparencia, sin cálculos perversos acerca de cuánto o de qué me puedo apoderar a costillas de los otros. Esto podrá ser así porque hemos aprendido cuánto daño puede hacerse a una sociedad cuando los que cuidan roban; cuando los insumos de un hospital son sustraídos; cuando la merienda de la escuela es convertida en mercancía para bachaquear o cuando en lugar de cuidar a una comunidad con mis armas y uniforme me dedico a asaltarla, a violarla, a transgredir todas las normas que rigen mi obligación de proteger.
Sin optimismos exagerados, es menester declarar que dentro de Venezuela está naciendo un nuevo país, fruto de la experiencia amarga de la corrupción, de la impiedad que puede significar robarse los recursos destinados para construir viviendas, o la dotación de un hospital para convertirlos en fortunas mal habidas hijas de la deshumanización.
Tratemos de lograr un justo medio aristotélico. Aquellos que partieron seguramente volverán cargados de conocimientos, de nuevas experiencias, del aprendizaje de la supervivencia; muchos de ellos volverán y formaran parte de nuestro nueva riqueza humana. Al mismo tiempo, reconozcamos a las legiones infinitas de venezolanos que han fortalecido sus espíritus, que permanecen incorruptos, que han aprendido lo que significa respetar y cuidar a otros. La imagen clave es la esperanza del cambio, pero un cambio que no viene a cubrirnos como una oleada, sino uno que hemos contribuido a sembrar y fortalecer “los que se quedan” y los que volverán. El tiempo pasa de sembrar petróleo a sembrar humanismo y libertad.
ISABEL PEREIRA PIZANI
Isaper@gmail.com
(Publicado originalmente en El Nacional)